COMO HACER

y como hacer cuando te enamoras de alguien, cuando derrepente sientes que ella es la unica, cuando derrepente tu mundo empieza a girar entorno a ella, cuando el sol no sale si ella no esta, si la luna desaparece con un pensamiento de despecho, cuando los anelos desaparecen por complacer sus sueños y caprichos.

y como es entir las mariposas en el estomago, como es enamorarse por primera vez, como es perder los ojos por ti, como es escribir sobre ti en un verano caluroso en un invierno frio en un otoño fresco, pero al diablo con la primavera porque el amor que hoy sentimos tu y yo, no nacio en primavera, cuento con la suerte de vivir en un pais sin estaciones, un pais en el que sin importar la fecha o la hora, puedo salir a comprar mil flores o rosas de mil colores para embelleserte, para amarte.

simplemente es sencillo, sencillo amarte quererte, tenerte, olerte y besarte, a y como me gustaria besar tu dulce boca, como me gustaria ver tus ojos mientras te beso, pero es de mala educacion, y como me gustaria pensarte cada mañana, recordar tu recuerdo, borrar las peleas y vivir juntos algo lindo llamado amor que hoy a pesar del frio quiero tenerte, amarte, sentirte.

te amo.

yo(tu admirador secreto)

CARTA 2

Francisca:

Como me gustaria que hoy me amases como yo te amo, como me gustaria que me miraras y vieras de tus ojos, que por cierto son hermosos, como me gustaria decirte todo esto en la cara, diciendote que te amo, que te quiero y que no quiero que seas de nadie mas, como decirte con las palabras correctas que quiero que tengamos algo, como conseguir ese valor que no tengo.

Tu risa, tu sonrisa y todo tu, de cómo poco a poco yo, este pocacosa, me fui enamorando de ti.

pero este sentimiento surgio de la nada, surgio de repente, senti tu corazon tu alegria y tu emocion, y sin mas me enamore, me senti atraido por ti.

Me gustaría quedarme viejo para que nunca deje de quererte, me gustaría quererte, me gustaría quedarme en la orilla del mar para distraerme con el sonido de las olas al chocar con la orilla pálidamente iluminada por los tibios rayos del sol, amanecer matutino de la noche en penumbra, con los ruidos del viento silencioso.

El bosque en llamas huye seco al pensar en los diferentes momentos en los que la lluvia sonriente derramaba sobre sus verdes hojas marchitas del intrépido lumbral.

Y fue solo la noche de Agosto, cuando el sol salio mil veces, la nieve se volvió negra y el cielo pálido enrojeció derrepente, cuando los árboles dieron frutos blancos y la luna huyó.

Fueron dos lunas de un sol opaco, dos veranos de un invierno, pero ninguno tan solemne, fue la mañana de septiembre cuando el viento dejo de soplar, y las fantasias se hicieron realidad.

Deje de pensar en tu recuerdo, para concentrarme en mi olvido, para vivir el presente sin medir el futuro sintiendo el pasado tan cerca de mi y corriendo de la muerte que se muere por dar fin a este horrible relato de un pobre tonto infeliz que en el último copo cálido de nieve, dio su ultimo lamento.

Me gustaria que las cosas entre los dos fueran mutuas, que el amor fuera mutuo y que juntos construyeramos algo lindo, algo que solo los dos comprendamos, algo que entre los dos vivamos, quiero amarte, quiero que yo no tenga que decirte quien soy, quiero que tu misma lo descubras.

Te amo.

Yo (tu admirador secreto)

VOLVERE

porque me haces dudar ocrazon,porque derrepente quieres a otra persona, porque derrepente tienes esas ganas de vivir en un mundo diferente, porque las ilusiones hoy se van de tu rostro, dame un beso niña, solo uno bastara para que confirme si eres tu la que busco sin descanso, dormire sin descansar pensando solo en el dilema que hoy me debate, pensando en las olas del mar que me distraen pensando en sus rostros y con quien me quedare.

pero quien eres tu, que digo cuando digo "contigo" quien es contigo, es ella o la otra como amar al mismo momento, como pensar tan solo en dos caminos que quiero vivir, impotente creo que es la palabra, pero como, es ella o tal vez ella, no no y no, devo decidirme deuna vez por todas, devo tratar de vivir ahora en el profundo olvido del recuerdo, de la vida idiota que hoy sucede.

pero como olvidar tu sonrisa, esperame que volvwere para llevarte.

SOLO UN PROBLEMA DE TRES

al principio empesaste tu aquererme, y poco a poco con estos dos ojos ciegos empeze a darme cuenta que quizas eras tu a la que tanto busque, pero como abndonar un recuerdo y una vida ya construida con otra persona, solo tu me adornaras el sueño apraque seas solo tu la unica en mi corazon.

pero como luchar contra las corrientes, como luchar cuando e sido devil, aguarda por mi volvere.

PATRICIA

Lo siento….

Amor perdidoy malgastado, lo siento, me siento mal, quiero hacer algo para no sentirme asi para sentirme diferente, para ojala poder amarte de la manera que hjoy lo haces tu, pero no puedo, mi corazon ya no es mio, lo siento, me gustaria que fuera tan solo una brisa salina la que quemara tus lagrimas, quisiera poder consolarte hoy, quisiera poder decirte, “ siento lo mismo”, quisiera que la vida fuera un cuento de amor, una fantasia, un cuento de princesas, esos cuentos donde siempre todos salen felices.

Amor después de que lloro por ti, te busco hasta en una ratonera, vienes a mi y no justamente en el momento mas oportuno, mi corazon ya lo han robado, se lo an llevado solo para que yo no tome mas decisiones, pero me siento mal, quisiera que la vida fuera tan sencilla como tomar gaseosa, quisiera que la vida fuera tan solo una fantasia.

Como me gustaria amarte, tenerte y decirte cosas bonitas al oido, pero solo el recuerdo fantasmal de ella me enferma y me lo prohibe, espero que me entiendas, quisiera poder ser todo lo que deseas, quisiera ser…

Me gustaria amarte, de la manera que lo haces para completar las piezas del inmenso rompecabezas de la vida.

Esperaras mi tren? O iras en otro? Solo el recuerdo frio de que quizas la persona que me gusta no le guste me hace arrepentirme de todo lo que digo ahora, en estas palabras sencillas, tal vez el tiempo nos de después un momento, tal vez después el tiempo nos guardara unos segundos para disfrutar de algo mayor, de algo mas agradable, en situaciones mejores.

Lo siento, y solo es eso, solo quiero morir hoy, pero quisiera agradecerte, quisiera agradecerte porque me devolviste la esperanza de que en algun momento alguien se enamorara de mi, de que tal vez ese sueño de morir soltero se desvanesca, ojala tu recuerdo quede para siempre grabado en mi memoria, y que yo viva en tus sueños, solo para que ambos vivamos un sueño que hoy no podemos cumplir.

Hace ya algún tiempo que he perdido la razón
Y aunque busco no le encuentro una explicación
A esto que me esta pasando que me esta precipitando
Que me pide una solución

Y cada vez que lo presiento lo analizo y lo pienso
Siempre busco una explicación
Busco y busco y no la encuentro y todo lo que llevo adentro
Se convierte en una gran confusión

De que me sirve ay que me quiera
Esa persona que no quiero que me quiera
Si la que quiero ay que me quiera
No me quiere como quiero que me quiera.

Lo siento


Yo.

PRETENDIENTE SECRETO

estoy seguro de que esta no es una carta de amor cualquiera, estoy seguro de que tu no eres una niña cualquiera y que yo no soy el unico tonto enamorado de ti, estoy seguro de que no diras que si hasta saber quien soy yo.

sabras con mucha facilidad si misterios te gusta resolver, aprenderas a amarme, no obligada, pero aprenderas, nos reiremos pronto juntos y olvidaremos juntos esto sin saber que pronto descubriras quien soy yo, te amo apesar de que aun no me conoces, te veo muy de vez en cuando, te quiero muy amenudo.

me gustaria pasar las manecillas del reloj a la hora en que pueda desaserme de mis obligaciones, oir tu forma de hablar y disfrutar de cada segundo de tu presencia, no se si con esta carta estoy logrando lo que pretendo, pero de igual manera seguire escribiendo, porque a mi no me queda mas remedio que vivir del amor que siento por ti de esa manera loca que te quiero hacer sentir.

quisiera morir el dia en que tu mueras y que me entierren al ladito tuyo con eso el dia en que hacendamos al cielo yo te tome de la mano, tu mano fria paralizara el campo hermoso, de tu linda sonrisa.

me perdere una vez mas en la ceguera que me producen tus ojos, me perdere en el bosque lleno de misterios que eres, solo para volver a uqedar enamorado de la niña hermosa que eres.

NATALIA

De como me perdi en tus ojos y me enamore de ti, es algo que verdaderamente no importa ahora, eres lo mejor que me a pasado, de seguro te cambiaria cosas para que ambos fueramos totalmente compatibles, de seguro buscaria mas cosas que regalarte, de seguro buscaria tus labios para besarlos solo una vez mas.

Me enloqueceria de solo pensar en ti, me perderia de solo dormir en tus sueños, cantaria a la luna si fuera un cantante, bailaria si fuera un bailarin, pero solo escribo solo besame una vez mas, quiereme, amame.

una tarde soleada de diciembre me dedicaria a contar tus cabellos, a descubrir tu hermosura perdida, a aprender como eres, vivir como eres.

velare tu sueño...

FRANCISCA

La lluvia fria caia tristemente sobre mi rostro, sostuve tus manos con firmeza, solte una de tus manos para deslisarla por tu rostro, me detuve en tus ojos cafes para observarlos con mas detalle, me dedique a guardar tu sonrisa en algun lugar especial de mi memoria, tristemente sonreiste.

la lluvia de tormenta se deslizo por mis mejillas, bajo el paraguas que te cubria a ti las gotas de agua no provenian del cielo, sonrei al firmamento mientras decia tu nombre, pronto el carro rojo se acerco para llevarte lejos.

pasaron mas de tres años, tu nombre ya es una promesa en el aire, tu regreso es algo indiscreto, mi vida es tan solo un trozo de papel, aún recuerdo tu sonrisa, tus pomulos, tu hermosa mirada, tu risa de primavera, el tacto de tus pequeñas manos, el amor que brotaba de tus dulces labios, porque los bese mas de una vez antes de darme por vencido.

cerre mis ojos y llore bajo la almohada tejida de recuerdos que hoy se funden en gotas tristes de un lujubre sonido lastimero, ese café de tus ojos, ese rojo de tus labios.

y puede ser que tarde demasiado para darme cuenta que te amaba, pero hoy te olvido en un fugaz segundo que no me deja minutos para recuperar las horas.

me acostumbrare a tu presencia tan solo unos dias para dormir mientras respiro, y mientras duermo me recuerdo ami mismo que aun llevo tu pesado recuerdo, el pesado recuerdo, la carga interminable que jamas me gustaria dejar.

el viento de una noche tibia de invierno, me arrebato tu recuerdo, desaparecio tu rastro, durmio mis sentidos, me anestecio para sacarme el corazon, y pudo ser el fin del mundo, pero tan solo era el fin de una hormiga en un inmenso universo...

CONVERSACION

LA CONVERSACION AQUI ´PRESENTE ES FICTICIA, LOS CORREOS ELECTRONICOS SON INVENTADOS ASI QUE PORFAVOR DISCRECION Y NO SE QUE MAS CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA.

Nunca revele sus contraseñas o números de tarjetas de crédito en una conversación de mensajes instantáneos.

alejandro dice:
hey
alejandro dice:
ya descubrio quien me gusta
anonimo123456789@hotmail.com dice:
nada
anonimo123456789@hotmail.com dice:
se me olvido
alejandro dice:
jajajajjaj
alejandro dice:
ya sabe el viernes le pregunto y si no tiene siquiera una idea el tema no se vuelve a tocar y si lo descubre pues puede hacer lo que quiera con la info
anonimo123456789@hotmail.com dice:
cuenteme mire que yo no digo nada
anonimo123456789@hotmail.com dice:
si?
alejandro dice:
mmm ya sabe tiene hasta el viernes
alejandro dice:
le dare pistas
alejandro dice:
pero no se lo dire
anonimo123456789@hotmail.com dice:
esta bienn
la pista
alejandro dice:
mmm no se
alejandro dice:
es bonita
alejandro dice:
jajajajja es la pista de hoy
anonimo123456789@hotmail.com dice:
me jodi
alejandro dice:
y sus ojos ahhh sus ojos
alejandro dice:
y nunca dije que fueran de un color en especifico
alejandro dice:
son hermosos
anonimo123456789@hotmail.com dice:
gabi 8a y vale
alejandro dice:
y porque cuando uno dice ojos hermosos tienen que ser claros?
anonimo123456789@hotmail.com dice:
listo lo descubri
alejandro dice:
haber
anonimo123456789@hotmail.com dice:
"haber"
practiquemos como decir las cosas
alejandro dice:
aver
alejandro dice:
como se diga
anonimo123456789@hotmail.com dice:
"haber" es de verbo hay
se deberia decir !a ver!
alejandro dice:
bueno como sea solo digame si ya lo descubrip
anonimo123456789@hotmail.com dice:
no se
alejandro dice:
a ver
alejandro dice:
digame profesor super o
anonimo123456789@hotmail.com dice:
digame parce
jajajaja
ahora si
quieto
-Hemos bajado los indices de ignorancia un poquito profesor-
gracias sevichica
alejandro dice:
ajjajajjajaja pero se lo ve
bueno como se
sea
mmm decime
no decidme
quien es
anonimo123456789@hotmail.com dice:
Anda conmigo?
alejandro dice:
tiene una personalidad ....un tanto dificil de comprender enseguida
no lo creo sabra usted con quien anda
anonimo123456789@hotmail.com dice:
estefania
alejandro dice:
mmm puede ser
alejandro dice:
pero no si me gustara no daria tantos rodeos
anonimo123456789@hotmail.com dice:
natalia??
alejandro dice:
si me gustara empesaria joderla y le diria que dejara tanta pereza
anonimo123456789@hotmail.com dice:
jajajaja
fallon?
alejandro dice:
ufff si pero no me meto con mujeres comprometidas
jajajjajaja
no
anonimo123456789@hotmail.com dice:
gabi cp
?
???
alejandro dice:
ella es re bonita pero una vez me dijo, nunca me juntaria con un bobo como tu, o otra vez quiero apuntar mas alto
anonimo123456789@hotmail.com dice:
Gabi 8a
?
alejandro dice:
seria bonito pero como arriesgarse a romperse el corazon tan rapido, es estrellarse con una pared que ya conoces
anonimo123456789@hotmail.com dice:
wow!
alejandro dice:
digame mas
anonimo123456789@hotmail.com dice:
Vale?
alejandro dice:
mmm despues de dos tropezones creo que ya se que ahi hay un abismo
anonimo123456789@hotmail.com dice:
jajajaja
no se quien mas
digame
alejandro dice:
falta gente ufff
anonimo123456789@hotmail.com dice:
pero es de 8A?
alejandro dice:
sipiriri
creria que si el mundo no se pone al reves a si es
anonimo123456789@hotmail.com dice:
estefania?
alejandro dice:
ya se la dije
y por ser bonita no tiene que gustarle a todo el mundo
anonimo123456789@hotmail.com dice:
perdon es que no se quien mas serio parce digame
alejandro dice:
le quedan cuatro dias enteros para averiguarlo adios.

CARTA PARA LOS RETIROS DE MI HERMANA

Hola Lina:

Espero que estes disfrutando tus retiros y que los vivas y sientas como lo hize yo hace ya cuatro, cinco años atrás.

Pero quiero que esta carta no se base tan solo en un sencillo te quiero bueno chao, porque la verdad no quiero que sea asi.

Quiero que tu y yo mejoremos nuestras relaciones y no solo por esta carta y no solo por el lapso que durara el tiempo que dures reflexionando sobre tus malos actos, tu fe en dios .e.t.c.

Quiero pedirte que seas feliz, que seamos hermanos como siempre lo hemos sido, que demuestres cada dia que si puedes hacer las cosas, que vivas la vida y que la disfrutes, que en cada error que cometas levantes tu cabeza, que seques tus lagrimas de sal, que sonrias, que defiendas tus posiciones y que nos amemos.

Quisiera poder darte consejos, pedirte cosas, pero eso lo puedo hacer después en un dia cualquiera, quiero que disfrutes de verdad lo que en unos dias recibiras, que entres a ser parte de esta comunidad catolica y que sientas y reflexiones cada dia de tu vida.

Hoy, en esta carta quisiera decirte porque fue que pedi una hermana, porque repentinamente me dieron ganas de tener una hermana.


Fue masomenos hace unos nueve años, en un frio marzo cuando aún viviamos en quinta paredes, yo era un niño demasiado feliz en ese entonces (no digo que no lo sea ahora, pero el estudio y esas cosas te van reprimiendo los sentimientos), tenia un grupo de amigos de los que hoy tristemente puedo acordarme, pero fue un grupo grande de niños que nos reuniamos para jugar por el edificio, molestar al portero, meternos en alguna casa de alguno de nosotros, hacer cosas que hoy en dia solo se ven en las peliculas.

Llego el frio y agotador marzo, ese desgraciado dia en que las cosas siempre empeoran, cuando todos ya empiezan a crecer y los grupos y los amigos ya no sirven, en ese entonces estudiaba en nueva alejandria, mis amigos del colegio contaban siempre cosas que habian vivido con sus hermanos, aquella palabra siempre se me hizo un ´poco extraña, después se volvio normal y bueno pero eso viene después.

- mi hermano siempre juega conmigo haci le pegue en sus partes-dijo manolo señalando la entrepierna-despues de todo no se puede ir de la casa, todavía-aclaro mientras miraba mi cara confundida.-pero bah dejemos de hablar de mi hermano, mas bien pongámonos a pensar como atraparemos los cucarrones este año.

Me dedique a pensar en esa palabra durante meses, pero bueno al fin llegue al punto de dejar eso atrás y recordar siempre lo que me decia manolo como un indicativo.

Fue en marzo cuando todos empezamos a pelear, cuando ni julian, ni Alejandra, ni nadie, querian jugar conmigo, ni con nadie, nos habiamos peleado y no habia encontrado razon alguna para aquel estupido comportamiento, triste me devolvi a mi apartamento a encerrarme en mi habitación, para pensar las cosas con un poco mas de calma, las palabras de manolo me vinieron casi derepente a la cabeza, tan solo para recordar que podia tener a un hermano, pense que era mejor un hermano porque asi tendria a un hombre que me entendiera y jugara los mismos juegos que yo.

El domingo del primer mes me acerque a la cocina, mi mama cocinaba algo de lo cual no tenia memoria, de seguro seria uno de esos experimentos (cosas ricas que hoy comemos) que le gustaba hacer.

- mami, de donde vienen los bebes?- pregunted con ingenuidad-mi mama sin darse vuelta mirando denuevo la olla en la que preparaba la comida respondio.
- Mmm….mira los bebes vienen como por arte de magia, se meten en la barriga de las mamas y empiezan a crecer hasta cuando ya son grandes y deciden salir a conocer el mundo.-la mire un rato en silencio mientras encontraba la manera apropiada para formular la pregunta.
- Mami puedo tener un hermanito?- mi mama seguia sin voltearse habia hecho la pregunta porque después de todo no me parecia una tarea demasiado difícil.
- Claro, pero tenemos que hablar con tu papa.

Fueron largas noches las que llevaron a convencer a mi papa de tenerte, pero no fue difícil despuse de un rato, preguntarle a mi mama que como iba lo del bebe.

Pero el bebe que venia en camino, ocaciono primero muchas peleas, mi papa todos los dias llegaba un poco mas tarde de lo natural, los sabados ya casi no lo veia y pronto me reconcilie con mis amigos del conjunto.

- mama ya no quiero mi hermano-mi mama se dio vuelta y me miro con cara de cordero degollado.
- No, ya los hermanos no se pueden devolver.
- Ok, igual jugare con el cuando este aburrido.
- Lo que tu digas.

Di por terminada la conversación, corri a mi cuarto y luego me surgio otra pregunta.

- y cuanto tardara en nacer el bebe?- hubo un momento de silencio, me dedicaba ya a formular denuevo la pregunta cuando mi mama respondio.
- Nueve meses
- Y eso cuanto es?
- Muchos dias.

El domingo recibi la noticia de que mi papa lo habian asendido en el trabajo y de que muy pronto podriamos cambiarnos de casa, pero que eso seria como en unos 12 meses, formule la pregunta o la afirmación de que el bebe llegaria antes, mi papa afirmo, pero que no habria problema, que si nacia antes dormiria en la habitación con ellos, me senti celoso porque yo no podia dormir con ellos, menos entre semana.

Fue un viernes cuando mi mama me saco del colegio temprano, me despedi de manolo y corri detrás de mi mama a coger un taxi, anduvimos metidos en el taxi, como ocho horas(para mi), con el conductor chuchoso y todo eso, finalmente llegamos enfrente de un edificio gris, a mi mama le hizieropn quitarse una camisa y le pusieron una gel que según ella estaba muy fria, luego un aparato que “ era una camara” para ver bebes, descubri tristemente que lo que venia en camino no era un hermano sino una hermana.

Me senti triste porque deverdad esperaba un hermano pero dava igual, tendria alguien que me hiziera compañía, (el video siquieres puedes verlo cuando llegues a la casa), te contare el resto de la historia cuando regreses, si quieres claro esta.

Bueno, creo que este es el final,
Chao Lina
Te quiere
Alejandro, tu hermano.

LAS ESTACIONES DEL AMOR

Me gustaría quedarme viejo para que nunca deje de quererte, me gustaría quererte, me gustaría quedarme en la orilla del mar para distraerme con el sonido de las olas al chocar con la orilla pálidamente iluminada por los tibios rayos del sol, amanecer matutino de la noche en penumbra, con los ruidos del viento silencioso.

El bosque en llamas huye seco al pensar en los diferentes momentos en los que la lluvia sonriente derramaba sobre sus verdes hojas marchitas del intrépido lumbral.

Y fue solo la noche de Agosto, cuando el sol salio mil veces, la nieve se volvió negra y el cielo pálido enrojeció derrepente, cuando los árboles dieron frutos blancos y la luna huyó.

Fueron dos lunas de un sol opaco, dos veranos de un invierno, pero ninguno tan solemne, fue la mañana de septiembre cuando el viento dejo de soplar, y las fantasias se hicieron realidad.

Deje de pensar en tu recuerdo, para concentrarme en mi olvido, para vivir el presente sin medir el futuro sintiendo el pasado tan cerca de mi y corriendo de la muerte que se muere por dar fin a este horrible relato de un pobre tonto infeliz que en el último copo cálido de nieve, dio su ultimo lamento.

Sara Bareilles - Love Song

Shakira Ft. Lil Wayne and Timbaland- Give It Up To Me (official music vi...

shakira inevitable mtv unplugged (dvd hq)

la oreja de van go geografía

poemas cortos de amor

PABLO NERUDA

Poema 1


Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros
y en mí la noche entraba su invasión poderosa.
Para sobrevivirme te forjé como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche ávida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin límite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.




Poemas de Pablo Neruda


Poemas del Alma

JUAN DARIÉN

Juan Darién
[Cuento. Texto completo]
Horacio Quiroga
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/darien.htm

Aquí se cuenta la historia de un tigre que se crió y educó entre los hombres, y que se llamaba Juan Darién. Asistió cuatro años a la escuela vestido de pantalón y camisa, y dio sus lecciones correctamente, aunque era un tigre de las selvas; pero esto se debe a que su figura era de hombre, conforme se narra en las siguientes líneas.

Una vez, a principio de otoño, la viruela visitó un pueblo de un país lejano y mató a muchas personas. Los hermanos perdieron a sus hermanitas, y las criaturas que comenzaban a caminar quedaron sin padre ni madre. Las madres perdieron a su vez a sus hijos, y una pobre mujer joven y viuda llevó ella misma a enterrar a su hijito, lo único que tenía en este mundo. Cuando volvió a su casa, se quedó sentada pensando en su chiquillo. Y murmuraba:

-Dios debía haber tenido más compasión de mí, y me ha llevado a mi hijo. En el cielo podrá haber ángeles, pero mi hijo no los conoce. Y a quien él conoce bien es a mí, ¡pobre hijo mío!

Y miraba a lo lejos, pues estaba sentada en el fondo de su casa, frente a un portoncito donde se veía la selva.

Ahora bien; en la selva había muchos animales feroces que rugían al caer la noche y al amanecer. Y la pobre mujer, que continuaba sentada, alcanzó a ver en la oscuridad una cosa chiquita y vacilante que entraba por la puerta, como un gatito que apenas tuviera fuerzas para caminar. La mujer se agachó y levantó en las manos un tigrecito de pocos días, pues aún tenía los ojos cerrados. Y cuando el mísero cachorro sintió el contacto de las manos, runruneó de contento, porque ya no estaba solo. La madre tuvo largo rato suspendido en el aire aquel pequeño enemigo de los hombres, a aquella fiera indefensa que tan fácil le hubiera sido exterminar. Pero quedó pensativa ante el desvalido cachorro que venía quién sabe de dónde y cuya madre con seguridad había muerto. Sin pensar bien en lo que hacía llevó al cachorrito a su seno y lo rodeó con sus grandes manos. Y el tigrecito, al sentir el calor del pecho, buscó postura cómoda, runruneó tranquilo y se durmió con la garganta adherida al seno maternal.

La mujer, pensativa siempre, entró en la casa. Y en el resto de la noche, al oír los gemidos de hambre del cachorrito, y al ver cómo buscaba su seno con los ojos cerrados, sintió en su corazón herido que, ante la suprema ley del Universo, una vida equivale a otra vida.

Y dio de mamar al tigrecito.

El cachorro estaba salvado, y la madre había hallado un inmenso consuelo. Tan grande su consuelo, que vio con terror el momento en que aquél le sería arrebatado, porque si se llegaba a saber en el pueblo que ella amamantaba a un ser salvaje, matarían con seguridad a la pequeña fiera. ¿Qué hacer? El cachorro, suave y cariñoso -pues jugaba con ella sobre su pecho- era ahora su propio hijo.

En estas circunstancias, un hombre que una noche de lluvia pasaba corriendo ante la casa de la mujer, oyó un gemido áspero -el ronco gemido de las fieras que, aún recién nacidas, sobresaltan al ser humano-. El hombre se detuvo bruscamente, y mientras buscaba a tientas el revólver, golpeó la puerta. La madre, que había oído los pasos, corrió loca de angustia a ocultar el tigrecito en el jardín. Pero su buena suerte quiso que al abrir la puerta del fondo se hallara ante una mansa, vieja y sabia serpiente que le cerraba el paso. La desgraciada mujer iba a gritar de terror, cuando la serpiente habló así:

-Nada temas, mujer -le dijo-. Tu corazón de madre te ha permitido salvar una vida del Universo, donde todas las vidas tienen el mismo valor. Pero los hombres no te comprenderán, y querrán matar a tu nuevo hijo. Nada temas, ve tranquila. Desde este momento tu hijo tiene forma humana; nunca lo reconocerán. Forma su corazón, enséñale a ser bueno como tú, y él no sabrá jamás que no es hombre. A menos... a menos que una madre de entre los hombres lo acuse; a menos que una madre no le exija que devuelva con su sangre lo que tú has dado por él, tu hijo será siempre digno de tí. Ve tranquila, madre, y apresúrate, que el hombre va a echar la puerta abajo.

Y la madre creyó a la serpiente, porque en todas las religiones de los hombres la serpiente conoce el misterio de las vidas que pueblan los mundos. Fue, pues, corriendo a abrir la puerta, y el hombre, furioso, entró con el revólver en la mano y buscó por todas partes sin hallar nada. Cuando salió, la mujer abrió, temblando, el rebozo bajo el cual ocultaba al tigrecito sobre su seno, y en su lugar vio a un niño que dormía tranquilo. Traspasada de dicha, lloró largo rato en silencio sobre su salvaje hijo hecho hombre; lágrimas de gratitud que doce años más tarde ese mismo hijo debía pagar con sangre sobre su tumba.

Pasó el tiempo. El nuevo niño necesitaba un nombre: se le puso Juan Darién. Necesitaba alimentos, ropa, calzado: se le dotó de todo, para lo cual la madre trabajaba día y noche. Ella era aún muy joven, y podría haberse vuelto a casar, si hubiera querido; pero le bastaba el amor entrañable de su hijo, amor que ella devolvía con todo su corazón.

Juan Darién era, efectivamente, digno de ser querido: noble, bueno y generoso como nadie. Por su madre, en particular, tenía una veneración profunda. No mentía jamás. ¿Acaso por ser un ser salvaje en el fondo de su naturaleza? Es posible; pues no se sabe aún qué influencia puede tener en un animal recién nacido la pureza de un alma bebida con la leche en el seno de una santa mujer.

Tal era Juan Darién. E iba a la escuela con los chicos de su edad, los que se burlaban a menudo de él, a causa de su pelo áspero y su timidez. Juan Darién no era muy inteligente; pero compensaba esto con su gran amor al estudio.

Así las cosas, cuando la criatura iba a cumplir diez años, su madre murió. Juan Darién sufrió lo que no es decible, hasta que el tiempo apaciguó su pena. Pero fue en adelante un muchacho triste, que sólo deseaba instruirse.

Algo debemos confesar ahora: a Juan Darién no se le amaba en el pueblo. La gente de los pueblos encerrados en la selva no gustan de los muchachos demasiado generosos y que estudian con toda el alma. Era, además, el primer alumno de la escuela. Y este conjunto precipitó el desenlace con un acontecimiento que dio razón a la profecía de la serpiente.

Aprontábase el pueblo a celebrar una gran fiesta, y de la ciudad distante habían mandado fuegos artificiales. En la escuela se dio un repaso general a los chicos, pues un inspector debía venir a observar las clases. Cuando el inspector llegó, el maestro hizo dar la lección al primero de todos: a Juan Darién. Juan Darién era el alumno más aventajado; pero con la emoción del caso, tartamudeó y la lengua se le trabó con un sonido extraño. El inspector observó al alumno un largo rato, y habló en seguida en voz baja con el maestro.

-¿Quién es ese muchacho? -le preguntó-. ¿De dónde ha salido?

-Se llama Juan Darién -respondió el maestro- y lo crió una mujer que ya ha muerto; pero nadie sabe de dónde ha venido.

-Es extraño, muy extraño... -murmuró el inspector, observando el pelo áspero y el reflejo verdoso que tenían los ojos de Juan Darién cuando estaba en la sombra.

El inspector sabía que en el mundo hay cosas mucho más extrañas que las que nadie puede inventar, y sabía al mismo tiempo que con preguntas a Juan Darién nunca podría averiguar si el alumno había sido antes lo que él temía: esto es, un animal salvaje. Pero así como hay hombres que en estados especiales recuerdan cosas que les han pasado a sus abuelos, así era también posible que, bajo una sugestión hipnótica, Juan Darién recordara su vida de bestia salvaje. Y los chicos que lean esto y no sepan de qué se habla, pueden preguntarlo a las personas grandes.

Por lo cual el inspector subió a la tarima y habló así:

-Bien, niño. Deseo ahora que uno de ustedes nos describa la selva. Ustedes se han criado casi en ella y la conocen bien. ¿Cómo es la selva? ¿Qué pasa en ella? Esto es lo que quiero saber. Vamos a ver, tú -añadió dirigiéndose a un alumno cualquiera-. Sube a la tarima y cuéntanos lo que hayas visto.

El chico subió, y aunque estaba asustado, habló un rato. Dijo que en el bosque hay árboles gigantes, enredaderas y florecillas. Cuando concluyó, pasó otro chico a la tarima, después otro. Y aunque todos conocían bien la selva, respondieron lo mismo, porque los chicos y muchos hombres no cuentan lo que ven, sino lo que han leído sobre lo mismo que acaban de ver. Y al fin el inspector dijo:

-Ahora le toca al alumno Juan Darién.

Juan Darién subió a la tarima, se sentó y dijo más o menos lo que los otros. Pero el inspector, poniéndole la mano sobre el hombro, exclamó:

-No, no. Quiero que tú recuerdes bien lo que has visto. Cierra los ojos.

Juan Darién cerró los ojos.

-Bien -prosiguió el inspector-. Dime lo que ves en la selva.

Juan Darién, siempre con los ojos cerrados, demoró un instante en contestar.

-No veo nada -dijo al fin.

-Pronto vas a ver. Figurémonos que son las tres de la mañana, poco antes del amanecer. Hemos concluido de comer, por ejemplo... estamos en la selva, en la oscuridad... Delante de nosotros hay un arroyo... ¿Qué ves?

Juan Darién pasó otro momento en silencio. Y en la clase y en el bosque próximo había también un gran silencio. De pronto Juan Darién se estremeció, y con voz lenta, como si soñara, dijo:

-Veo las piedras que pasan y las ramas que se doblan. .. Y el suelo. .. Y veo las hojas secas que se quedan aplastadas sobre las piedras...

-¡Un momento! -le interrumpió el inspector-. Las piedras y las hojas que pasan: ¿a qué altura las ves?

El inspector preguntaba esto porque si Juan Darién estaba "viendo" efectivamente lo que él hacía en la selva cuando era animal salvaje e iba a beber después de haber comido, vería también que las piedras que encuentra un tigre o una pantera que se acercan muy agachados al río pasan a la altura de los ojos. Y repitió:

-¿A qué altura ves las piedras?

Y Juan Darién, siempre con los ojos cerrados, respondió:

-Pasan sobre el suelo. . . Rozan las orejas. . . Y las hojas sueltas se mueven con el aliento... Y siento la humedad del barro en...

La voz de Juan Darién se cortó.

-¿En dónde? -preguntó con voz firme el inspector- ¿Dónde sientes la humedad del agua?

-¡En los bigotes!-dijo con voz ronca Juan Darién, abriendo los ojos espantado.

Comenzaba el crepúsculo, y por la ventana se veía cerca la selva ya lóbrega. Los alumnos no comprendieron lo terrible de aquella evocación; pero tampoco se rieron de esos extraordinarios bigotes de Juan Darién, que no tenía bigote alguno. Y no se rieron, porque el rostro de la criatura estaba pálido y ansioso.

La clase había concluido. El inspector no era un mal hombre; pero, como todos los hombres que viven muy cerca de la selva, odiaba ciegamente a los tigres; por lo cual dijo en voz baja al maestro:

-Es preciso matar a Juan Darién. Es una fiera del bosque, posiblemente un tigre. Debemos matarlo, porque si no, él, tarde o temprano, nos matará a todos. Hasta ahora su maldad de fiera no ha despertado; pero explotará un día u otro, y entonces nos devorará a todos, puesto que le permitimos vivir con nosotros. Debemos, pues, matarlo. La dificultad está en que no podemos hacerlo mientras tenga forma humana, porque no podremos probar ante todos que es un tigre. Parece un hombre, y con los hombres hay que proceder con cuidado. Yo sé que en la ciudad hay un domador de fieras. Llamémoslo, y él hallará modo de que Juan Darién vuelva a su cuerpo de tigre. Y aunque no pueda convertirlo en tigre, las gentes nos creerán y podremos echarlo a la selva. Llamemos en seguida al domador, antes que Juan Darién se escape.

Pero Juan Darién pensaba en todo, menos en escaparse, porque no se daba cuenta de nada. ¿Cómo podía creer que él no era hombre, cuando jamás había sentido otra cosa que amor a todos, y ni siquiera tenía odio a los animales dañinos?

Mas las voces fueron corriendo de boca en boca, y Juan Darién comenzó a sufrir sus efectos. No le respondían una palabra, se apartaban vivamente a su paso, y lo seguían desde lejos de noche.

-¿Qué tendré? ¿Por qué son así conmigo? -se preguntaba Juan Darién.

Y ya no solamente huían de él, sino que los muchachos le gritaban:

-¡Fuera de aquí! ¡Vuélvete donde has venido! ¡Fuera!

Los grandes también, las personas mayores, no estaban menos enfurecidas que los muchachos. Quién sabe qué llega a pasar si la misma tarde de la fiesta no hubiera llegado por fin el ansiado domador de fieras. Juan Darién estaba en su casa preparándose la pobre sopa que tomaba, cuando oyó la gritería de las gentes que avanzaban precipitadas hacia su casa. Apenas tuvo tiempo de salir a ver qué era: Se apoderaron de él, arrastrándolo hasta la casa del domador.

-¡Aquí está! -gritaban, sacudiéndolo- ¡Es éste! ¡Es un tigre! ¡No queremos saber nada con tigres! ¡Quítele su figura de hombre y lo mataremos!

Y los muchachos, sus condiscípulos a quienes más quería, y las mismas personas viejas, gritaban:

-¡Es un tigre! ¡Juan Darién nos va a devorar! ¡Muera Juan Darién!

Juan Darién protestaba y lloraba porque los golpes llovían sobre él, y era una criatura de doce años. Pero en ese momento la gente se apartó, y el domador, con grandes botas de charol, levita roja y un látigo en la mano, surgió ante Juan Darién. E1 domador lo miró fijamente, y apretó con fuerza el puño del látigo.

-¡Ah! -exclamó-. ¡Te reconozco bien! ¡A todos puedes engañar, menos a mí! ¡Te estoy viendo, hijo de tigres! ¡Bajo tu camisa estoy viendo las rayas del tigre! ¡Fuera la camisa, y traigan los perros cazadores! ¡Veremos ahora si los perros te reconocen como hombre o como tigre!

En un segundo arrancaron toda la ropa a Juan Darién y lo arrojaron dentro de la jaula para fieras.

-¡Suelten los perros, pronto! -gritó el domador-. ¡Y encomiéndate a los dioses de tu selva, Juan Darién!

Y cuatro feroces perros cazadores de tigres fueron lanzados dentro de la jaula.

El domador hizo esto porque los perros reconocen siempre el olor del tigre; y en cuanto olfatearan a Juan Darién sin ropa, lo harían pedazos, pues podrían ver con sus ojos de perros cazadores las rayas de tigre ocultas bajo la piel de hombre.

Pero los perros no vieron otra cosa en Juan Darién que el muchacho bueno que quería hasta a los mismos animales dañinos. Y movían apacibles la cola al olerlo

-¡Devóralo! ¡Es un tigre! ¡Toca! ¡Toca! -gritaban a los perros-. Y los perros ladraban y saltaban enloquecidos por la jaula, sin saber a qué atacar.

La prueba no había dado resultado.

-¡Muy bien! -exclamó entonces el domador-. Estos son perros bastardos, de casta de tigre. No le reconocen. Pero yo te reconozco, Juan Darién, y ahora nos vamos a ver nosotros.

Y así diciendo entró él en la jaula y levantó el látigo.

-¡Tigre! -gritó-. ¡Estás ante un hombre, y tú eres un tigre! ¡Allí estoy viendo, bajo tu piel robada de hombre, las rayas de tigre! ¡Muestra las rayas!

Y cruzó el cuerpo de Juan Darién de un feroz latigazo. La pobre criatura desnuda lanzó un alarido de dolor, mientras las gentes, enfurecidas, repetían.

-¡Muestra las rayas de tigre!

Durante un rato prosiguió el atroz suplicio; y no deseo que los niños que me oyen vean martirizar de este modo a ser alguno.

-¡Por favor! ¡Me muero! -clamaba Juan Darién.

-¡Muestra las rayas! -le respondían.

Por fin el suplicio concluyó. En el fondo de la jaula, arrinconado, aniquilado en un rincón, sólo quedaba su cuerpecito sangriento de niño, que había sido Juan Darién. Vivía aún, y aún podía caminar cuando se le sacó de allí; pero lleno de tales sufrimientos como nadie los sentirá nunca.

Lo sacaron de la jaula, y empujándolo por el medio de la calle, lo echaban del pueblo. Iba cayéndose a cada momento, y detrás de él iban los muchachos, las mujeres y los hombres maduros, empujándolo.

-¡Fuera de aquí, Juan Darién! ¡Vuélvete a la selva, hijo de tigre y corazón de tigre! ¡Fuera, Juan Darién!

Y los que estaban lejos y no podían pegarle, le tiraban piedras.

Juan Darién cayó del todo, por fin, tendiendo en busca de apoyo sus pobres manos de niño. Y su cruel destino quiso que una mujer, que estaba parada a la puerta de su casa sosteniendo en los brazos a una inocente criatura, interpretara mal ese ademán de súplica.

-¡Me ha querido robar a mi hijo! -gritó la mujer-. ¡Ha tendido las manos para matarlo! ¡Es un tigre! ¡Matémosle en seguida, antes que él mate a nuestros hijos!

Así dijo la mujer. Y de este modo se cumplía la profecía de la serpiente: Juan Darién moriría cuando una madre de los hombres le exigiera la vida y el corazón de hombre que otra madre le había dado con su pecho.

No era necesaria otra acusación para decidir a las gentes enfurecidas. Y veinte brazos con piedras en la mano se levantaban ya para aplastar a Juan Darién cuando el domador ordenó desde atrás con voz ronca:

-¡Marquémoslo con rayas de fuego! ¡Quemémoslo en los fuegos artificiales!

Ya comenzaba a oscurecer, y cuando llegaron a la plaza era noche cerrada. En la plaza habían levantado un castillo de fuegos de artificio, con ruedas, coronas y luces de bengala. Ataron en lo alto del centro a Juan Darién, y prendieron la mecha desde un extremo. El hilo de fuego corrió velozmente subiendo y bajando, y encendió el castillo entero. Y entre las estrellas fijas y las ruedas gigantes de todos colores, se vio allá arriba a Juan Darién sacrificado.

-¡Es tu último día de hombre, Juan Darién! -clamaban todos-. ¡Muestra las rayas!

-¡Perdón, perdón! -gritaba la criatura, retorciéndose entre las chispas y las nubes de humo. Las ruedas amarillas, rojas y verdes giraban vertiginosamente, unas a la derecha y otras a la izquierda. Los chorros de fuego tangente trazaban grandes circunferencias; y en el medio, quemado por los regueros de chispas que le cruzaban el cuerpo, se retorcía Juan Darién.

-¡Muestra las rayas! -rugían aún de abajo.

-¡No, perdón! ¡Yo soy hombre! -tuvo aún tiempo de clamar la infeliz criatura. Y tras un nuevo surco de fuego, se pudo ver que su cuerpo se sacudía convulsivamente; que sus gemidos adquirían un timbre profundo y ronco; y que su cuerpo cambiaba poco a poco de forma. Y la muchedumbre, con un grito salvaje de triunfo, pudo ver surgir por fin, bajo la piel del hombre, las rayas negras, paralelas y fatales del tigre.

La atroz obra de crueldad se había cumplido; habían conseguido lo que querían. En vez de la criatura inocente de toda culpa, allá arriba no había sino un cuerpo de tigre que agonizaba rugiendo.

Las luces de bengala se iban también apagando. Un último chorro de chispas con que moría una rueda alcanzó la soga atada a las muñecas (no: a las patas del tigre, pues Juan Darién había concluido), y el cuerpo cayó pesadamente al suelo. Las gentes lo arrastraron hasta la linde del bosque, abandonándolo allí para que los chacales devoraran su cadáver y su corazón de fiera.

Pero el tigre no había muerto. Con la frescura nocturna volvió en sí, y arrastrándose presa de horribles tormentos se internó en la selva. Durante un mes entero no abandonó su guarida en lo más tupido del bosque, esperando con sombría paciencia de fiera que sus heridas curaran. Todas cicatrizaron por fin, menos una, una profunda quemadura en el costado, que no cerraba, y que el tigre vendó con grandes hojas.

Porque había conservado de su forma recién perdida tres cosas: el recuerdo vivo del pasado, la habilidad de sus manos, que manejaba como un hombre, y el lenguaje. Pero en el resto, absolutamente en todo, era una fiera, que no se distinguía en lo más mínimo de los otros tigres.

Cuando se sintió por fin curado, pasó la voz a los demás tigres de la selva para que esa misma noche se reunieran delante del gran cañaveral que lindaba con los cultivos. Y al entrar la noche se encaminó silenciosamente al pueblo. Trepó a un árbol de los alrededores y esperó largo tiempo inmóvil. Vio pasar bajo él sin inquietarse a mirar siquiera, pobres mujeres y labradores fatigados, de aspecto miserable; hasta que al fin vio avanzar por el camino a un hombre de grandes botas y levita roja.

El tigre no movió una sola ramita al recogerse para saltar. Saltó sobre el domador; de una manotada lo derribó desmayado, y cogiéndolo entre los dientes por la cintura, lo llevó sin hacerle daño hasta el juncal.

Allí, al pie de las inmensas cañas que se alzaban invisibles, estaban los tigres de la selva moviéndose en la oscuridad, y sus ojos brillaban como luces que van de un lado para otro. El hombre proseguía desmayado. El tigre dijo entonces:

-Hermanos: Yo viví doce años entre los hombres, como un hombre mismo. Y yo soy un tigre. Tal vez pueda con mi proceder borrar más tarde esta mancha. Hermanos: esta noche rompo el último lazo que me liga al pasado.

Y después de hablar así, recogió en la boca al hombre, que proseguía desmayado, y trepó con él a lo más alto del cañaveral, donde lo dejó atado entre dos bambúes. Luego prendió fuego a las hojas secas del suelo, y pronto una llamarada crujiente ascendió. Los tigres retrocedían espantados ante el fuego. Pero el tigre les dijo: "¡Paz, hermanos!", y aquéllos se apaciguaron, sentándose de vientre con las patas cruzadas a mirar.

El juncal ardía como un inmenso castillo de artificio. Las cañas estallaban como bombas, y sus gases se cruzaban en agudas flechas de color. Las llamaradas ascendían en bruscas y sordas bocanadas, dejando bajo ella lívidos huecos; y en la cúspide, donde aún no llegaba el fuego, las cañas se balanceaban crispadas por el calor.

Pero el hombre, tocado por las llamas, había vuelto en sí. Vio allá abajo a los tigres con los ojos cárdenos alzados a él, y lo comprendió todo.

-¡Perdón, perdóname! -aulló retorciéndose-. ¡Pido perdón por todo!

Nadie contestó. El hombre se sintió entonces abandonado de Dios, y gritó con toda su alma:

-¡Perdón, Juan Darién!

Al oír esto, Juan Darién alzó la cabeza y dijo fríamente:

-Aquí no hay nadie que se llame Juan Darién. No conozco a Juan Darién. Éste es un nombre de hombre, y aquí somos todos tigres.

Y volviéndose a sus compañeros, como si no comprendiera, preguntó:

-¿Alguno de ustedes se llama Juan Darién?

Pero ya las llamas habían abrasado el castillo hasta el cielo. Y entre las agudas luces de bengala que entrecruzaban la pared ardiente, se pudo ver allá arriba un cuerpo negro que se quemaba humeando.

-Ya estoy pronto, hermanos-dijo el tigre-. Pero aún me queda algo por hacer.

Y se encaminó de nuevo al pueblo, seguido por los tigres sin que él lo notara. Se detuvo ante un pobre y triste jardín, saltó la pared, y pasando al costado de muchas cruces y lápidas, fue a detenerse ante un pedazo de tierra sin ningún adorno, donde estaba enterrada la mujer a quien había llamado madre ocho años. Se arrodilló -se arrodilló como un hombre-, y durante un rato no se oyó nada.

-¡Madre! -murmuró por fin el tigre con profunda ternura-. Tú sola supiste, entre todos los hombres, los sagrados derechos a la vida de todos los seres del Universo. Tú sola comprendiste que el hombre y el tigre se diferencian únicamente por el corazón. Y tú me enseñaste a amar, a comprender, a perdonar. ¡Madre!, estoy seguro de que me oyes. Soy tu hijo siempre, a pesar de lo que pase en adelante pero de ti sólo. ¡Adiós, madre mía!

Y viendo al incorporarse los ojos cárdenos de sus hermanos que lo observaban tras la tapia, se unió otra vez a ellos.

El viento cálido les trajo en ese momento, desde el fondo de la noche, el estampido de un tiro.

-Es en la selva -dijo el tigre-. Son los hombres. Están cazando, matando, degollando.

Volviéndose entonces hacia el pueblo que iluminaba el reflejo de la selva encendida, exclamó:

-¡Raza sin redención! ¡Ahora me toca a mí!

Y retornando a la tumba en que acaba de orar, arrancóse de un manotón la venda de la herida y escribió en la cruz con su propia sangre, en grandes caracteres, debajo del nombre de su madre:

Y
JUAN DARIÉN

-Ya estamos en paz -dijo. Y enviando con sus hermanos un rugido de desafío al pueblo aterrado, concluyó:

-Ahora, a la selva. ¡Y tigre para siempre!



http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/darien.htm

DEMONIO( SIN SENSURA)

PORFAVOR SI LES PRODUCE TERROR UNA MALA PALABRA PORFAVOR PASENA OTRO CUENTO.


Deverias pudrirte en el infierno puta desgraciada, deverias morir entre rosas marchitas, deverias clavarte un monton de espinas y agujas para que la sangre brote por tu lujurioso cuerpo.

Eres tan poca cosa demonio, eres tan obseno, eres tu el unico mal que me atormenta, largate de mi casa y dejame ser libre, dejame vivir la vida llena de momentos que no e disfrutado.

Odio cada uno de tus tristes, mediocres y lastimeros lamentos que salen de tu boca de perra, esa boca inutil que hoy deveria quemarse entre las mil llamas del demonio que te a mandado a destruir mi vida.

pero el triste y frio recuerdo de la lujuria, del placer de un a noche iluminada, que broto de tus labios mas de diesmil cucarachas, para volverte serpiente.

te desprecio demonio de mil putas, te aborresco recuerdo ingenuo, te extrañare la siguiente noche cuando me agas falta, pero borrare tu recuerdo entre un millon de olvidos vivos.

MI MAMÁ ME ODIA

solo prefiero undirme de una vez por todas en esta inmensa amargura, prefiero olvidar que me quieres y eres mi madre, prefiero no llorar por un error tuyo, prefiero morir hoy a tus pies para que se conmueva tu conciencia.

madre, si te soy sincero, solo hoy quisiera olvidarme de ti, quisiera porfin perder tu recuerdo entre las nubes, y no me grites al decirte la verdad, no me grites al enfrentarme a tu presencia.

la habitacion silenciosa que hoy me resguarda de tu vil demonio, la habitacion que hoy encierra mi silencio y mis pensamientos, alejandolos de ti.

quememos las malas intenciones, las malas palabras y todo lo demas, solo para vivir este dia y el dia siguiente normal.

DE COMO ENTRE AL MUNDO DE LA SOLEDAD.

Siempre me imagine a la soledad como aquel espiritu que va de la mano con la muerte, pero me acostumbre a verla conojos compasivos, me acostumbre a tener su respiracion rosandome la nuca.

los pensamientos vinieron solos como de costumbre, la imaginacion lleno el espacio vacio de una carencia de sentimientos.

pero me acostumbre a la ausencia de tu presencia, pero me dedique a prestarle mas atencion alo que estaba a mi alrededor, el maldito reflejo de la luz de la luna sobre el agua turbia por las gotas de agua que cain repentinamente, de las nubes grises, pero que bello era el paisaje, era lo suficiente para dejar el deseo y la lujuria que me producias.

me imagine dejandote a un lado, me imagine lo que es real, sabia lo que sucederia, sabia que ahora me harias falta, y fue esa falta de afecto que ahora tenia tan amenudo, me hizieron entender que sabia que ahora seria el momento, el momento que nunca quize que llegara, la soledad se convirtio en pocos dias despues de ti en mi mayor problema.

EL HOMBRE MUERTO DE HORACIO QUIROGA

El hombre muerto
[Cuento. Texto completo]
Horacio Quiroga

El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.

El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún...?

No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?

Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.

El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...

¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando... Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.

¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo... Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.

El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media... El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.

¡Pero no es posible que haya resbalado...! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba...? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.

...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá!

¿No es eso...? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo... ¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.

...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está muy cansado.

Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.

N.N

me gustaria que dejaras de mirar mis ojos y empesaras a sentir lo que oyes, empesaras a enfocar tus sentidos en algo mas lindo que me inspire confianza.

OLVIDAR

Me gustaria olvidar por un momento que estoy creciendo, que mi mente cambia derrepente, que mis ideas, mi imaginacion y todo aquello que amaba se esfuma ahora con la facilidad que vuela el viento, me gustaria olvidarme de ti porque me has echo daño, pero me gustaria olvidarme tambien de ese daño que me hiciste tan solo para poderme recordar.

me gustaria sentir de nuevo que cada brisa me trae una experiencia nueva, que cada risa me inspira a un verso nuevo, me gustaria aprender a quererte para jamas olvidar lo rapido que desaparece todo, lo rapido que las manecillas del reloj se mueven para no darme ni un momento contigo, para no permitirme ver tus risas oir tus ojos y llorar tu alegria.

para olvidarme denuevo del acto matutino del tacto de tu piel, para olvidarme tan solo del algebra, de todo aquello que no es importante, porque tu lo eres, tu eres importante, sobre todas las cosas, sobre el cuielo y lo que mi pensamiento domina, sobre este juego estupido de la vida.

me gustaria recordarte cuanto te olvide, cuanto recorde tus labios y el sabor salvaje de tus labios de rosa de invernadero, rosa seca y marchita, del sol y la agonia que me produce ver tu rostro cada dia sabiendo que te tuve, rompiendo el marco de mi vida y entrelasando lo nuestro en una estaca de plasma.

pero recuerdame tu lo que sientes por mi, recuerdame que el tiempo no tardara en llevarme la memoria otra vez para que desaparesca todo como antes.

Damien Rice - The Blower's Daughter - Official Video

ESCUCHAME NO ME OIGAS

Que porque te amo?
la pregunta que me gustaria hacerte es, y porque no?, y porque no pensar en un mañana juntos una tradea solas-distrae tristemente su mirada.-oyeme me has pedido una respuesta, pues aqui estoy de frente, dando la cara por mis sentimientos, haciendote saber que es lo que siento-se distrae denuevo pero esta vez llora-escuchame trata solo de prestarme dies minutos de tu atencion no tomare mucho para explicarte cuanto te amo y porque, sabes muy bien que nos conocemos desde muy jovenes y sabes que siempre e buscado la manera y el lugar de desirte las cosas pero ahora que estamos en este embroyo...-decide alejarse tristemente dejandolo con la palabra en la boca, se encierra en un cubiculo del baño de niñas y ya no hay nada que hacer.


que porque debemos perder nuestra amistad?
solo piensalo dos veces antes de preguntarmelo, calcula masomenos cuantas veces as tratado de impedir que de mi opinion sobre algo, cuantas veces no me maltrataste e heriste mis sentimientos, guardando para ti las glorias y alegrias.

solo deja de impedirme que hable que escriba que....tan solo largate como lo haces siempre o llora como una niñita, aslo como haces cuando alguien te dice la verdad, pero recuerda que no ire a consolarte, recuerda que esta vez es conmigo, que esta vez es diferente.

que porque quiero que seamos amigos?
se que nos llevamos bien, que las cosas se entorpecen un poco aveces, que tu me haces reir tan bien como yo lo ago, es justo que ahora demos el siguiente paso para volvernos conocidos, conocidos como amigos, solo quisiera pedirte algo mas-suspira aliviada de que esta vez no echara un discurso largo- pero tal vez sea mucho, tal vez sea poco pero para mi tu amistad no es suficiente...

CELOS

Para Gaby 8a, ella sabe porque y no piensen en lo que...solo lean.


me gustaria ser dueño de su corazon pero no soy nadie, y los celos me deprimen con su inmensurable poder catastrofico.
el sentimiento con pensamiento obtuso me obstruye las venas irritando mis sentidos tan solo para hacer lo que el odio del amor me manda, para hacer todo lo que su belleza manda
pero como el la a ganado a ella y cautivado en tan poco tiempo

me llevaria a mi meses años lustros y tal vez decadas en ser lo que ella esperaNo me importaria quedarme sentado contigo hablando de pura mierda mientrastu y yo tengamos claro cual es nuestra posicion en nuestra amista, me gustaria comerme cada frase que caen de tus labios.
pero como besar tus labios cuando ya no me perteneces, cuando duermes con otro y compartes el polvo de la habitacion. pero como me gustaria ser yo el que te abrasa, el que te besa, el que respira en tu nuca, el que te dice cosas lindas al oido, quisiera ser yo él. y porque quererme como alguien mas y no amarme con esa pasion y locura, se que llevas por dentro mi recuerdo bien presente, mi recuerdo, el recuerdo de las noche en vela, el recuerdo de lo dias sin sol, mi recuerdo, se que tu me amas, luchare como un libertador para que descubras lo que ante mis ojos se ha visto
pero no pienses que soy intenso ni que quiero hacerte la vida imposible porque yo no soy a si y no es mi culpa, son los celos, los celos que me da tu amor, los celos que me prvocan tu hermosura, la hermosura de tu mirada, la hermosura de tus labios en contraste perfecto con tu sonrisa
pero me gustaria que sintieras lo msimo para asi poder tomarte de la mano para que juntos empezaramos este cuento que devemos concluir.
tomaria tu mano para pedirte que te cases conmigo que quiero ser tu esposo, quiero ser yo el que te llene de alegria en cada atardecerel que te suspire al oido con una frase que encierre un te amo
pero se que ahorano es el momento, que ahora no devo ser yo el que te aga feliz deve ser él, el infeliz que por algun momento, mientras lo ames, me arrebatara la vida.

MAL ALIENTO?

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Germenes que producen olor

Posteado en Origenes del Aliento, Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007
Estamos tratando todos los gérmenes y bacterias, y los tipos de ellas, que encontramos en nuestra boca y producen gases olorosos, o mal aliento como prefieran llamarlo.

Estos gérmenes los encontramos principalmente en el lado posterior de nuestra lengua. Si hacemos la prueba de sacar la lengua afuera de la boca veremos una sustancia blanca en la misma. Aquellos que cuenten con lenguas con arrugas sufrirán mayores consecuencias que aquellos con lenguas lisas.

También encontramos este tipo de bacterias tan odiadas por el ser humano en las cavidades de las caries, y entre los dientes, también conocidos como bolsas periodontales.

Recomendamos el uso de hilo dental todos los días. Si cuentan con problemas de halitosis verán reducido en gran medida los síntomas.

Piorrea como causa de mal aliento
Posteado en Halitosis, Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007
Una de las causas principales de la halitosis es la piorrea, también conocida como periodontitis que una enfermedad irreversible y crónica en la boca de las personas. Esta puede ser leve o grave según los casos.

Se produce cuando se acumulan microbios y residuos entre las encías. Estos inflaman a las encías, y como todos sabrán, éstas son muy sensibles y sangran ante casi cualquier tacto.

Es un olor o aliento muy particular, y se dice que los dentistas pueden reconocerlo aunque la persona no hable. Generalmente aparece a partir de los treinta años, donde se intensifican los problemas y enfermedades en las encías.

Los problemas dentarios también son importantes. Las caries (que acumulan residuos en sus cavidades) pueden producir mal aliento.

Enfermedades que producen alitosis
Posteado en Mal aliento, Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007

La alitosis o mal aliento puede aparecer también con enfermedades que afectan directamente a órganos en común. Principalmente los problemas y enfermedades respiratorias son los que producen mal olor en la boca, principalmente porque veremos reducida o bloqueada la respiración nasal, lo que obligará al enfermo a respirar por la boca.

También las enfermedades hepáticas, gastrointestinales, renales, etc. Además aquellas personas que no ingieren hidratos de carbono, o aquellas que no comen nada por la mañana, contarán con un aliento diferente, aunque no tan desagradable.

La sinusitis puede provar halitosis
Posteado en Halitosis, Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007





Cuando aparecen infecciones, alergias, problemas respiratorios, pueden aparecer casos de mal aliento provocados por los órganos nasales y maxilares. Estos problemas incitan a la producción de bacterias conocidas por su mal olor.

Además el hecho de contar con problemas para respirar normalmente por la nariz, implicará respiración obligatoria por la boca, generando sequedad bucal que como vimos también genera olores fuertes en el aliento.

Otro drama para sumar es que para estos problemas, las personas toman antihistamínicos. Sin saberlo, el consumo de esta medicina aumentarán la sequedad, generando mayor aliento feo en la persona.

Xerostomia, la boca seca produce olor
Posteado en Sintomas de Mal Aliento, Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007
Durante la noche, al dormir, las glándulas salivales de las personas disminuyen la producción de saliva lo que produce sequedad en la boca, lo que consecuentemente atraerá mal olor y aliento, además de mal gusto, es por esto que las personas que se cepillan los dientes una vez al día, lo hacen en la mayoría de los casos al levantarse y no al acostarse.

La saliva que produce nuestro cuerpo sirve a nuestra boca como herramienta de limpieza por lo que tener húmeda la boca corresponde un punto esencial a la hora de evitar la halitosis.

El problema de la boca sexa o xerostomía puede aparecer también en personas que hablan mucho en poco tiempo, lo que produce que no se alcance a generar tanta saliva. Este es el caso de profesores, maestros, o aquellos que dan largos discursos.

La xerostomía puede provenir también por problemas en las glándulas salivales de las que estuvimos hablando, o por algunas medicaciones como antidepresivos o antihistamínicos que producen sequedad en la boca.

El Tabaco como causa de aliento feo
Posteado en Causas del Mal Aliento en Marzo, 2007
Podemos nombras muchas causas que desembocan en halitosis, pero hoy nos centraremos en el tabaco, consumido en cigarros, cigarrillos, habanos. Para los fumadores habituales puede resultar normal el aliento de un compañero también fumador, pero ¿cómo resulta para una persona no fumadora?

Los fumadores se acostumbran tanto a este mal olor en la boca que no lo sienten, pero las personas que no fuman intentarán evitar las conversaciones de corta distancia con fumadores debido al olor a tabaco que proviene de sus bocas.

La nicotina y alquitrán que vienen del cigarrillo, se incorporan en la lengua y los dientes (de allí la decoloración de los dientes de fumadores) y no sólo puede general olor a cigarrillo en estas personas, sino que puede agravar periódicamente su halitosis.

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LIBRO LITERATURA 2

LA COLONIA PENITENCIARIA
[CUENTO: TEXTO COMPLETO]
FRANZ KAFKA

-Es un aparato singular -dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido. El explorador parecía haber aceptado sólo por cortesía la invitación del comandante para presenciar la ejecución de un soldado condenado por desobediencia e insulto hacia sus superiores. En la colonia penitenciaria no era tampoco muy grande el interés suscitado por esta ejecución. Por lo menos en ese pequeño valle, profundo y arenoso, rodeado totalmente por riscos desnudos, sólo se encontraban, además del oficial y el explorador, el condenado, un hombre de boca grande y aspecto estúpido, de cabello y rostro descuidados, y un soldado que sostenía la pesada cadena donde convergían las cadenitas que retenían al condenado por los tobillos y las muñecas, así como por el cuello, y que estaban unidas entre sí mediante cadenas secundarias. De todos modos, el condenado tenía un aspecto tan caninamente sumiso, que al parecer hubieran podido permitirle correr en libertad por los riscos circundantes, para llamarlo con un simple silbido cuando llegara el momento de la ejecución.
El explorador no se interesaba mucho por el aparato y se paseaba detrás del condenado con visible indiferencia, mientras el oficial daba fin a los últimos preparativos, arrastrándose de pronto bajo el aparato, profundamente hundido en la tierra, o trepando de pronto por una escalera para examinar las partes superiores. Fácilmente hubiera podido ocuparse de estas labores un mecánico, pero el oficial las desempeñaba con gran celo, tal vez porque admiraba el aparato, o tal vez porque por diversos motivos no se podía confiar ese trabajo a otra persona.
-¡Ya está todo listo! -exclamó finalmente, y descendió de la escalera. Parecía extraordinariamente fatigado, respiraba con la boca muy abierta, y se había metido dos finos pañuelos de mujer bajo el cuello del uniforme.
-Estos uniformes son demasiado pesados para el trópico -comentó el explorador, en vez de hacer alguna pregunta sobre el aparato, como hubiera deseado el oficial.
-En efecto -dijo éste, y se lavó las manos sucias de aceite y de grasa en un balde que allí había-; pero para nosotros son símbolos de la patria; no queremos olvidarnos de nuestra patria. Y ahora fíjese en este aparato -prosiguió inmediatamente, secándose las manos con una toalla y mostrando aquél al mismo tiempo. Hasta ahora intervine yo, pero de aquí en adelante el aparato funciona absolutamente solo.
El explorador asintió y siguió al oficial. Éste quería cubrir todas las contingencias, y por eso dijo:
-Naturalmente, a veces hay inconvenientes; espero que no los haya hoy, pero siempre se debe contar con esa posibilidad. El aparato debería funcionar ininterrumpidamente durante doce horas. Pero cuando hay entorpecimientos, son sin embargo desdeñables, y se los soluciona rápidamente. ¿No quiere sentarse? -preguntó luego, sacando una silla de mimbre entre un montón de sillas semejantes, y ofreciéndosela al explorador; éste no podía rechazarla. Se sentó entonces; al borde de un hoyo estaba la tierra removida, dispuesta en forma de parapeto; del otro lado estaba el aparato.
-No sé -dijo el oficial- si el comandante le ha explicado ya el aparato.
El explorador hizo un ademán incierto; el oficial no deseaba nada mejor, porque así podía explicarle personalmente el funcionamiento.
-Este aparato -dijo, tomándose de una manivela. y apoyándose sobre ella- es un invento de nuestro antiguo comandante. Yo asistí a los primerísimos experimentos, y tomé parte en todos los trabajos, hasta su terminación. Pero el mérito del descubrimiento sólo le corresponde a él. ¿No ha oído hablar usted de nuestro antiguo comandante? ¿No? Bueno, no exagero si le digo que casi toda la organización de la colonia penitenciaria es obra suya. Nosotros, sus amigos, sabíamos aun antes de su muerte que la organización de la colonia era un todo tan perfecto, que su sucesor, aunque tuviera mil nuevos proyectos en la cabeza, por lo menos durante muchos años no podría cambiar nada. Y nuestra profecía se cumplió; el nuevo comandante se vio obligado a admitirlo. Lástima que usted no haya conocido nuestro antiguo comandante. Pero -el oficial se interrumpió- estoy divagando, y aquí está el aparato. Como usted ve, consta de tres partes. Con el correr del tiempo, se generalizó la costumbre de designar a cada una de estas partes mediante una especie de sobrenombre popular. La inferior se llama la Cama, la de arriba el Diseñador, y esta del medio, la Rastra.
-¿La Rastra? -preguntó el explorador.
No había escuchado con mucha atención; el sol caía con demasiada fuerza en ese valle sin sombras, apenas podía uno concentrar los pensamientos. Por eso mismo le parecía más admirable ese oficial, que a pesar de su chaqueta de gala, ajustada, cargada de charreteras de adornos, proseguía con tanto entusiasmo sus explicaciones, y además, mientras hablaba, apretaba aquí y allá algún tornillo con un destornillador. En una situación semejante a la del explorador parecía encontrarse el soldado. Se había enrollado la cadena del condenado en torno de las muñecas; apoyado con una mano en el fusil, cabizbajo, no se preocupaba por nada de lo que ocurría. Esto no sorprendió al explorador, ya que el oficial hablaba en francés, y ni el soldado ni el condenado entendían el francés. Por eso mismo era más curioso que el condenado se esforzara por seguir las explicaciones del oficial. Con una especie de soñolienta insistencia, dirigía la mirada hacia donde el oficial señalaba, y cada vez que el explorador hacia una pregunta, también él, como el oficial, lo miraba.
-Sí, la Rastra -dijo el oficial-, un nombre bien educado. Las agujas están colocadas en ellas como los dientes de una rastra, y el conjunto funciona además como una rastra, aunque sólo en un lugar determinado, y con mucho más arte. De todos modos, ya lo comprenderá mejor cuando se lo explique. Aquí, sobre la Cama, se coloca al condenado. Primero le describiré el aparato, y después lo pondré en movimiento. Así podrá entenderlo mejor. Además, uno de los engranajes del Diseñador está muy gastado; chirría mucho cuando funciona, y apenas se entiende lo que uno habla; por desgracia, aquí es muy difícil conseguir piezas de repuesto. Bueno, ésta es la Cama, como decíamos. Está totalmente cubierta con una capa de algodón en rama; pronto sabrá usted por qué. Sobre este algodón se coloca al condenado, boca abajo, naturalmente desnudo; aquí hay correas para sujetarle las manos, aquí para los pies, y aquí para el cuello. Aquí, en la cabecera de la Cama (donde el individuo, como ya le dije, es colocado primeramente boca abajo), esta pequeña mordaza de fieltro, que puede ser fácilmente regulada de modo que entre directamente en la boca del hombre, tiene la finalidad de impedir que grite o se muerda la lengua. Naturalmente, el hombre no puede alejar la boca del fieltro, porque la correa del cuello le quebraría las vértebras.

-¿Esto es algodón? -preguntó el explorador, y se agachó.
-Sí, claro -dijo el oficial riendo-; tóquelo usted mismo.
Cogió la mano del explorador, y se la hizo pasar por la Cama.
-Es un algodón especialmente preparado, por eso resulta tan irreconocible; ya le hablaré de su finalidad.
El explorador comenzaba a interesarse un poco por el aparato; protegiéndose los ojos con la mano, a causa del sol, contempló el conjunto. Era una construcción elevada. La Cama y el Diseñador tenían igual tamaño, y parecía dos oscuros cajones de madera. El Diseñador se elevaba unos dos metros sobre la Cama; los dos estaban unidos entre sí, en los ángulos, por cuatro barras de bronce, que casi resplandecían al sol. Entre los cajones, oscilaba sobre una cinta de acero la Rastra.
El oficial no había advertido la anterior indiferencia del explorador, pero sí notó su interés naciente; por lo tanto interrumpió las explicaciones, para que su interlocutor pudiera dedicarse sin inconvenientes al examen de los dispositivos. El condenado imitó al explorador; como no podría cubrirse los ojos con la mano, miraba hacia arriba, parpadeando.

-Entonces, aquí se coloca al hombre -dijo al explorador, echándose hacia atrás en su silla, y cruzando las piernas.
-Sí -dijo el oficial, corriéndose la gorra un poco hacia atrás, y pasándose la mano por el rostro acalorado-, y ahora escuche. Tanto la Cama como el Diseñador tienen baterías eléctricas propias; la Cama la requiere para sí, el Diseñador para la Rastra. En cuanto el hombre está bien asegurado con las correas, la Cama es puesta en movimiento. Oscila con vibradores diminutos y muy rápidos, tanto lateralmente como verticalmente. Usted habrá visto aparatos similares en los hospitales; pero en nuestra Cama todos los movimientos están exactamente calculados; en efecto, deben estar minuciosamente sincronizados con los movimientos de la Rastra. Sin embargo, la verdadera ejecución de la sentencia corresponde a la Rastra.
-¿Cómo es la sentencia? -preguntó el explorador.
-¿Tampoco sabe eso? -dijo el oficial, asombrado, y se mordió los labios-. Perdóneme si mis explicaciones son tal vez un poco desordenadas: le ruego realmente que me disculpe. En otros tiempos, correspondía en realidad al comandante dar las explicaciones, pero el nuevo comandante rehúye ese honroso deber; de todos modos, el hecho de que a una visita de semejante importancia -y aquí el explorador trató de restar importancia al elogio, con un ademán de las manos, pero el oficial insistió-, a una visita de semejante importancia ni siquiera se la ponga en conocimiento del carácter de nuestras sentencias, constituye también una insólita novedad, que... -Y con una maldición al borde de los labios se contuvo y prosiguió- ... Yo no sabía nada, la culpa no es mía. De todos modos, yo soy la persona más capacitada para explicar nuestros procedimientos, ya que tengo en mi poder -y se palmeó el bolsillo superior- los respectivos diseños preparados por la propia mano de nuestro antiguo comandante.
-¿Los diseños del comandante mismo? -preguntó el explorador-. ¿Reunía entonces todas las cualidades? ¿Era soldado, juez, constructor, químico y dibujante?
-Efectivamente -dijo el oficial, asintiendo con una mirada impenetrable y lejana.
Luego se examinó las manos; no le parecían suficientemente limpias para tocar los diseños; por lo tanto, se dirigió hacia el balde y se las lavó nuevamente. Luego sacó un pequeño portafolio de cuero, y dijo:
-Nuestra sentencia no es aparentemente severa. Consiste en escribir sobre el cuerpo del condenado, mediante la Rastra, la disposición que él mismo ha violado. Por ejemplo, las palabras inscriptas sobre el cuerpo de éste condenado -y el oficial señaló al individuo- serán: HONRA A TUS SUPERIORES.
El explorador miró rápidamente al hombre; en el momento en que el oficial lo señalaba, estaba cabizbajo y parecía prestar toda la atención de que sus oídos eran capaces, para tratar de entender algo. Pero los movimientos de sus labios gruesos y apretados demostraban evidentemente que no entendía nada. El explorador hubiera querido formular diversas preguntas, pero al ver al individuo sólo inquirió:
-¿Conoce él su sentencia?

-No -dijo el oficial, tratando de proseguir inmediatamente con sus explicaciones, pero el explorador lo interrumpió:

-¿No conoce su sentencia?

-No -repitió el oficial, callando un instante como para permitir que el explorador ampliara su pregunta-. Sería inútil anunciársela. Ya lo sabrá en carne propia.
El explorador no quería preguntar más; pero sentía la mirada del condenado fija en él, como inquiriéndole si aprobaba el procedimiento descrito. En consecuencia, aunque se había repantigado en la silla, volvió a inclinarse hacia adelante y siguió preguntando:
-Pero, por lo menos ¿sabe que ha sido condenado?
-Tampoco -dijo el oficial, sonriendo como si esperara que le hiciera otra pregunta extraordinaria.
-¿No? -dijo el explorador y se pasó la mano por la frente-, entonces ¿el individuo tampoco sabe cómo fue conducida su defensa?
-No se le dio ninguna oportunidad de defenderse -dijo el oficial y volvió la mirada, como hablando consigo mismo, para evitar al explorador la vergüenza de oír una explicación de cosas tan evidentes.
-Pero debe de haber tenido alguna oportunidad de defenderse -insistió el explorador, y se levantó de su asiento.
El oficial comprendió que corría el peligro de ver demorada indefinidamente la descripción del aparato; por lo tanto, se acercó al explorador, lo tomó por el brazo, y señaló con la mano al condenado, que al ver tan evidentemente que toda la atención se dirigía hacia él, se puso en posición de firme, mientras el soldado daba un tirón a la cadena.
-Le explicaré cómo se desarrolla el proceso -dijo el oficial-. Yo he sido designado juez de la colonia penitenciaria. A pesar de mi juventud. Porque yo era el consejero del antiguo comandante en todas las cuestiones penales, y además conozco el aparato mejor que nadie. Mi principio fundamental es éste: la culpa es siempre indudable. Tal vez otros juzgados no siguen este principio fundamental, pero son multipersonales, y además dependen de otras cámaras superiores. Este no es nuestro caso, o por lo menos no lo era en la época de nuestro antiguo comandante. El nuevo ha demostrado, sin embargo, cierto deseo de inmiscuirse en mis juicios, pero hasta ahora he logrado mantenerlo a cierta distancia, y espero seguir lográndolo. Usted desea que le explique este caso particular; es muy simple, como todos los demás. Un capitán presentó esta mañana la acusación de que este individuo, que ha sido designado criado suyo, y que duerme frente a su puerta, se había dormido durante la guardia. En efecto, tiene la obligación de levantarse al sonar cada hora, y hacer la venia ante la puerta del capitán. Como se ve, no es una obligación excesiva, y sí muy necesaria, porque así se mantiene alerta en sus funciones, tanto de centinela como de criado. Anoche el capitán quiso comprobar si su criado cumplía con su deber. Abrió la puerta exactamente a las dos, y lo encontró dormido en el suelo. Cogió la fusta, y le cruzó la cara. En vez de levantarse y suplicar perdón a su superior por las piernas, lo sacudió y exclamó: "Arroja ese látigo, o te como vivo". Estas son las pruebas. El capitán vino a verme hace una hora, tomé nota de su declaración y dicté inmediatamente la sentencia. Luego hice encadenar al culpable. Todo esto fue muy simple. Si primeramente lo hubiera hecho llamar, y lo hubiera interrogado, sólo habrían surgido confusiones. Habría mentido, y si yo hubiera querido desmentirlo, habría reforzado sus mentiras con nuevas mentiras y así sucesivamente. En cambio, así lo tengo en mi poder y no se escapará. ¿Está todo aclarado? Pero el tiempo pasa, ya debería comenzar la ejecución y todavía no terminé de explicarle el aparato.

Obligó al explorador a que se sentara nuevamente, se acercó otra vez al aparato, y comenzó:

-Como usted ve, la forma de la Rastra corresponde a la forma del cuerpo humano; aquí está la parte del torso, aquí están las rastras para las piernas. Para la cabeza, sólo hay esta agujita. ¿Le resulta claro?

Se inclinó amistosamente ante el explorador dispuesto a dar las más amplias explicaciones.

El explorador, con el ceño fruncido, consideró la Rastra. La descripción de los procedimientos judiciales no lo había satisfecho. Debía hacer un esfuerzo para no olvidar que se trataba de una colonia penitenciaria, que requería medidas extraordinarias de seguridad, y donde la disciplina debía ser exagerada hasta el extremo. Pero, por otra parte, pensaba en el nuevo comandante que evidentemente proyectaba introducir, aunque poco a poco, un nuevo sistema de procedimientos; estrecha mentalidad que este oficial no podía prender. Estos pensamientos le hicieron preguntar:
-¿El comandante asistirá a la ejecución?
-No es seguro -dijo el oficial, dolorosamente impresionado por una pregunta tan directa, mientras su expresión amistosa se desvanecía-. Por eso mismo debemos darnos prisa. En consecuencia, aunque lo siento muchísimo, me veré obligado a simplificar mis explicaciones. Pero mañana, cuando hayan limpiado nuevamente el aparato (su única falla consiste en que se ensucia mucho), podré seguir explayándome con más detalles. Reduzcámonos entonces por ahora a lo más indispensable. Una vez que el hombre está acostado en la Cama, y ésta comienza a vibrar, la Rastra desciende sobre su cuerpo. Se regula automáticamente, de modo que apenas roza el cuerpo con la punta de las agujas; en cuanto se establece el contacto, la cinta de acero se convierte inmediatamente en una barra rígida. Y entonces empieza la función. Una persona que no esté al tanto, no advierte ninguna diferencia entre un castigo y otro. La Rastra parece trabajar uniformemente. Al vibrar, rasga con la punta de las agujas la superficie del cuerpo, estremecido a su vez por la Cama. Para permitir la observación del desarrollo de la sentencia, la Rastra ha sido construida de vidrio. La fijación de las agujas en el vidrio originó algunas dificultades técnicas, pero después de diversos experimentos solucionamos el problema. Le diré que no hemos escatimado esfuerzos. Y ahora cualquiera puede observar, a través del vidrio, cómo va tomando forma la inscripción sobre el cuerpo. ¿No quiere acercarse a ver las agujas?
El explorador se levantó lentamente, se acercó y se inclinó sobre la Rastra.
-Como usted ve -dijo el oficial-, hay dos clases de agujas, dispuestas de diferente modo. Cada aguja larga va acompañada por una más corta. La larga se reduce a escribir, y la corta arroja agua, para lavar la sangre y mantener legible la inscripción. La mezcla de agua y sangre corre luego por pequeños canalículos, y finalmente desemboca en este canal principal, para verterse en el hoyo, a través de un caño de desagüe.
El oficial mostraba con el dedo el camino exacto que seguía la mezcla de agua y sangre. Mientras él, para hacer lo más gráfica posible la imagen, formaba un cuenco con ambas manos en la desembocadura del caño de salida, el explorador alzó la cabeza y trató de volver a su asiento, tanteando detrás de sí con la mano. Vio entonces con horror que también el condenado había obedecido la invitación del oficial para ver más de cerca la disposición de la Rastra. Con la cadena había arrastrado un poco al soldado adormecido, y ahora se inclinaba sobre el vidrio. Se veía cómo su mirada insegura trataba de percibir lo que los dos señores acababan de observar, y cómo, faltándole la explicación, no comprendía nada. Se agachaba aquí y allá. Sin cesar, su mirada recorría el vidrio. El explorador trató de alejarlo, porque lo que hacía era probablemente punible. Pero el oficial lo retuvo con una mano, con la otra cogió del parapeto un terrón, y lo arrojó al soldado. Este se sobresaltó, abrió los ojos, comprobó el atrevimiento del condenado, dejó caer el rifle, hundió los talones en el suelo, arrastró de un tirón al condenado, que inmediatamente cayó al suelo, y luego se quedó mirando cómo se debatía y hacia sonar las cadenas.

-¡Póngalo de pie! -gritó el oficial, porque advirtió que el condenado distraía demasiado al explorador. En efecto, éste se haba inclinado sobre la Rastra, sin preocuparse mayormente por su funcionamiento, y sólo quería saber qué ocurría con el condenado.
-¡Trátelo con cuidado! -volvió a gritar el oficial.
Luego corrió en torno del aparato, cogió personalmente al condenado bajo las axilas, y aunque éste se resbalaba constantemente, con la ayuda del soldado lo puso de pie.
-Ya estoy al tanto de todo -dijo el explorador, cuando el oficial volvió a su lado.
-Menos de lo más importante -dijo éste, tomándolo por un brazo y señalando hacia lo alto-. Allá arriba, en el Diseñador, está el engranaje que pone en movimiento la Rastra; dicho engranaje es regulado de acuerdo a la inscripción que corresponde a la sentencia. Todavía utilizo los diseños del antiguo comandante. Aquí están -y sacó algunas hojas del portafolio del cuero-, pero por desgracia no puedo dárselos para que los examine; son mi más preciosa posesión. Siéntese, yo se los mostraré desde aquí, y usted podrá ver todo perfectamente.
Mostró la primera hoja. El explorador hubiera querido hacer alguna observación pertinente, pero sólo vio líneas que se cruzaban repetida y laberínticamente, y que cubrían en tal forma el papel que apenas podían verse los espacios en blanco que las separaban.
-Lea -dijo el oficial.

-No puedo -dijo el explorador.

-Sin embargo, está claro -dijo el oficial.

-Es muy ingenioso -dijo el explorador evasivamente-, pero no puedo descifrarlo.

-Sí -dijo el oficial, riendo y guardando nuevamente el plano-, no es justamente caligrafía para escolares. Hay que estudiarlo largamente. También usted terminaría por entenderlo, estoy seguro. Naturalmente, no puede ser una inscripción simple; su fin no es provocar directamente la muerte, sino después de un lapso de doce horas, término medio; se calcula que el momento crítico tiene lugar a la sexta hora. Por lo tanto, muchos, muchísimos adornos rodean la verdadera inscripción; ésta sólo ocupa una estrecha faja en torno del cuerpo; el resto se reserva a los embellecimientos. ¿Está ahora en condiciones de apreciar la labor de la Rastra, y de todo el aparato? ¡Fíjese! -y subió de un salto la escalera, e hizo girar una rueda-. ¡Atención, hágase a un lado!

El conjunto comenzó a funcionar. Si la rueda no hubiera chirriado, habría sido maravilloso. Como si el ruido de la rueda lo hubiera sorprendido, el oficial la amenazó con el puño, luego abrió los brazos, como disculpándose ante el explorador, y descendió rápidamente, para observar desde abajo el funcionamiento del aparato. Todavía había algo que no andaba, y que sólo él percibía; volvió a subir, buscó algo con ambas manos en el interior del Diseñador, se dejó deslizar por una de las barras, en vez de utilizar la escalera, para bajar más rápidamente, y exclamó con toda su voz en el oído del explorador, para hacerse oír en medio del estrépito:

-¿Comprende el funcionamiento? La Rastra comienza a escribir; cuando termina el primer borrador de la inscripción en el dorso del individuo, la capa de algodón gira y hace girar el cuerpo lentamente sobre un costado pera dar más lugar a la Rastra. Al mismo tiempo, las partes ya escritas se apoyan sobre el algodón, que gracias a su preparación especial contiene la emisión de sangre y prepara la superficie para seguir profundizando la inscripción. Luego, a medida que el cuerpo sigue girando, estos dientes del borde de la Rastra arrancan el algodón de las heridas, lo arrojan al hoyo, y la Rastra puede proseguir su labor. Así sigue inscribiendo, cada vez más hondo, las doce horas. Durante las primeras seis horas, el condenado se mantiene casi tan vivo como al principio, sólo sufre dolores. Después de dos horas, se le quita la mordaza de fieltro, porque ya no tiene fuerzas para gritar. Aquí, en este recipiente calentado eléctricamente, junto a la cabecera de la Cama, se vierte pulpa caliente de arroz, para que el hombre se alimente, si así lo desea, lamiéndola con la lengua. Ninguno desdeña esta oportunidad. No sé de ninguno, y mi experiencia es vasta. Sólo después de seis horas desaparece todo deseo de comer. Generalmente me arrodillo aquí, en ese momento, y observo el fenómeno. El hombre no traga casi nunca el último bocado, sólo lo hace girar en la boca, y lo escupe en el hoyo. Entonces tengo que agacharme, porque si no me escupiría en la cara. ¡Qué tranquilo se queda el hombre después de la sexta hora! Hasta el más estólido comienza a comprender. La comprensión se inicia en torno de los ojos. Desde allí se expande. En ese momento uno desearía colocarse con él bajo la Rastra. Ya no ocurre más nada; el hombre comienza solamente a descifrar la inscripción, estira los labios hacia afuera, como si escuchara. Usted ya ha visto que no es fácil descifrar la inscripción con los ojos; pero nuestro hombre la descifra con sus heridas. Realmente, cuesta mucho trabajo; necesita seis horas por lo menos. Pero ya la Rastra lo ha atravesado completamente y lo arroja en el hoyo, donde cae en medio de la sangre y el agua y el algodón. La sentencia se ha cumplido, y nosotros, yo y el soldado, lo enterramos.

El explorador había inclinado el oído hacia el oficial, y con las manos en los bolsillos de la chaqueta contemplaba el funcionamiento de la máquina. También el condenado lo contemplaba, pero sin comprender. Un poco agachado, seguía el movimiento de las agujas oscilantes; mientras tanto el soldado, ante una señal del oficial, le cortó con un cuchillo la camisa y los pantalones por la parte de atrás, de modo que estos últimos cayeron al suelo; el individuo trató de retener las ropas que se le caían, para cubrir su desnudez, pero el soldado lo alzó en el aire y sacudiéndolo hizo caer los últimos jirones de vestimenta. El oficial detuvo la máquina, y en medio del repentino silencio el condenado fue colocado bajo la Rastra. Le desataron las cadenas, y en su lugar lo sujetaron con las correas; en el primer instante, esto pareció significar casi un alivio para el condenado. Luego hicieron descender un poco más la Rastra, porque era un hombre delgado. Cuando las puntas lo rozaron, un estremecimiento recorrió su piel; mientras el soldado le ligaba la mano derecha, el condenado lanzó hacia afuera la izquierda, sin saber hacia dónde, pero en dirección del explorador. El oficial observaba constantemente a este último, de reojo, como si quisiera leer en su cara la impresión que le causaba la ejecución que por lo menos superficialmente acababa de explicarle.

La correa destinada a la mano izquierda se rompió; probablemente, el soldado la había estirado demasiado. El oficial tuvo que intervenir, y el soldado le mostró el trozo roto de correa. Entonces el oficial se le acercó y con el rostro vuelto hacia el explorador dijo:

-Esta máquina es muy compleja, a cada momento se rompe o se descompone alguna cosa; pero uno no debe permitir que estas circunstancias influyan en el juicio de conjunto. De todos modos, las correas son fácilmente sustituibles; usaré una cadena; es claro que la delicadeza de las vibraciones del brazo derecho sufrirá un poco.
Y mientras sujetaba la cadena, agregó:
-Los recursos destinados a la conservación de la máquina son ahora sumamente reducidos. Cuando estaba el antiguo comandante, yo tenía a mí disposición una suma de dinero con esa única finalidad. Había aquí un depósito, donde se guardaban piezas de repuesto de todas clases. Confieso que he sido bastante pródigo con ellas, me refiero a antes, no ahora, como insinúa el nuevo comandante, para quien todo es un motivo de ataque contra el antiguo orden. Ahora se ha hecho cargo personalmente del dinero destinado a la máquina, y si le mando pedir una nueva correa, me pide, como prueba, la correa rota; la nueva llega por lo menos diez días después, y además es de mala calidad, y no sirve de mucho. Cómo puede funcionar mientras tanto la máquina sin correas, eso no le preocupa a nadie.
El explorador pensó: Siempre hay que reflexionar un poco antes de intervenir decisivamente en los asuntos de los demás. Él no era ni miembro de la colonia penitenciaria, ni ciudadano del país al que ésta pertenecía. Si pretendía emitir juicios sobre la ejecución o trataba directamente de obstaculizarla, podían decirle: "Eres un extranjero, no te metas". Ante esto no podía contestar nada, sólo agregar que realmente no comprendía su propia actitud, y de ningún modo pretendía modificar los métodos judiciales de los demás. Pero aquí se encontraba con cosas que realmente lo tentaban a quebrar su resolución de no inmiscuirse. La injusticia del procedimiento y la inhumanidad de la ejecución eran indudables. Nadie podía suponer que el explorador tenía algún interés personal en el asunto, porque el condenado era para él un desconocido, no era compatriota suyo, y ni siquiera era capaz de inspirar compasión. El explorador había sido recomendado por personas muy importantes, había sido recibido con gran cortesía, y el hecho de que lo hubieran invitado a la ejecución podía justamente significar que se deseaba conocer su opinión sobre el asunto. Esto parecía bastante probable, porque el comandante, como bien claramente acababan de expresarle, no era partidario de esos procedimientos, y su actitud ante el oficial era casi hostil.
En ese momento oyó el explorador un grito airado del oficial. Acababa de colocar, no sin gran esfuerzo, la mordaza de fieltro dentro de la boca del condenado, cuando este último, con una náusea irresistible, cerró los ojos y vomitó. Rápidamente el oficial le alzó la cabeza, alejándola de la mordaza y tratando de dirigirla hacia el hoyo; pero era demasiado tarde, y el vómito se derramó sobre la máquina.
-¡Todo esto es culpa del comandante! -gritó el oficial, sacudiendo insensatamente la barra de cobre que tenía enfrente-. Me dejarán la máquina más sucia que una pocilga -y con manos temblorosas mostró al explorador lo que había ocurrido-. Durante horas he tratado de hacerle comprender al comandante que el condenado debe ayunar un día entero antes de la ejecución. Pero nuestra nueva doctrina compasiva no lo quiere así. Las señoras del comandante visitan al condenado y le atiborran la garganta de dulces. Durante toda la vida se alimentó con peces hediondos, y ahora necesita comer dulces. Pero en fin, podríamos pasarlo por alto, yo no protestaría, pero ¿por qué no quieren conseguirme una nueva mordaza de fieltro, ya que hace tres meses que la pido? ¿Quién podría meterse en la boca, sin asco, una mordaza que más de cien moribundos han chupado y mordido?

El condenado había dejado caer la cabeza y parecía tranquillo; mientras tanto, el soldado limpiaba la máquina con la camisa del otro. El oficial se dirigió hacia el explorador, que tal vez por un presentimiento retrocedió un paso, pero el oficial lo cogió por la mano y lo llevó aparte.
-Quisiera hablar confidencialmente algunas palabras con usted -dijo este último-. ¿Me lo permite?
-Naturalmente -dijo el explorador, y escuchó con la mirada baja.
-Este procedimiento judicial, y este método de castigo, que usted tiene ahora oportunidad de admirar, no goza actualmente en nuestra colonia de ningún abierto partidario. Soy su único sostenedor, y al mismo tiempo el único sostenedor de la tradición del antiguo comandante. Ya ni podría pensar en la menor ampliación del procedimiento, y necesito emplear todas mis fuerzas para mantenerlo tal como es actualmente. En vida de nuestro antiguo comandante, la colonia estaba llena de partidarios; yo poseo en parte la fuerza de convicción del antiguo comandante, pero carezco totalmente de su poder; en consecuencia, los partidarios se ocultan; todavía hay muchos, pero ninguno lo confiesa. Si usted entra hoy, que es día de ejecución, en la confitería, y escucha las conversaciones, tal vez sólo oiga frases de sentido ambiguo. Esos son todos partidarios, pero bajo el comandante actual, y con sus doctrinas actuales, no me sirven absolutamente de nada. Y ahora le pregunto: ¿le parece bien que por culpa de este comandante y sus señoras, que influyen sobre él, semejante obra de toda una vida -y señaló la maquinaria- desaparezca? ¿Podemos permitirlo? Aun cuando uno sea un extranjero, y sólo haya venido a pasar un par de días en nuestra isla. Pero no podemos perder tiempo, porque también se prepara algo contra mis funciones judiciales; ya tienen lugar conferencias en la oficina del comandante, de las que me veo excluido; hasta su visita de hoy, señor, me parece formar parte de un plan; por cobardía, lo utilizan a usted, un extranjero, como pantalla. ¡Qué diferencia era en otros tiempos la ejecución! Ya un día antes de la ceremonia, el valle estaba completamente lleno de gente; todos venían sólo para ver; por la mañana temprano aparecía el comandante con sus señoras; las fanfarrias despertaban a todo el campamento; yo presentaba un informe de que todo estaba preparado; todo el estado mayor -ningún alto oficial se atrevía a faltar- se ubicaba en torno de la máquina; este montón de sillas de mimbre es un mísero resto de aquellos tiempos. La máquina resplandecía, recién limpiada; antes de cada ejecución me entregaban piezas nuevas de repuesto. Ante cientos de ojos -todos los asistentes en puntas de pie, hasta en la cima de esas colinas- el condenado era colocado por el mismo comandante debajo de la Rastra. Lo que hoy corresponde a un simple soldado, era en esa época tarea mía, tarea del juez presidente del juzgado, y un gran honor para mí. Y entonces empezaba la ejecución. Ningún ruido discordante afectaba el funcionamiento de la máquina. Muchos ya no miraban; permanecían con los ojos cerrados, en la arena; todos sabían: ahora se hace justicia. En ese silencio, sólo se oían los suspiros del condenado, apenas apagados por el fieltro. Hoy la máquina ya no es capaz de arrancar al condenado un suspiro tan fuerte que el fieltro no pueda apagarlo totalmente; pero en ese entonces las agujas inscriptoras vertían un liquido ácido, que hoy ya no nos permiten emplear. ¡Y llegaba la sexta hora! Era imposible satisfacer todos los pedidos formulados para contemplarla desde cerca. El comandante, muy sabiamente, había ordenado que los niños tendrían preferencia sobre todo el mundo; yo, por supuesto, gracias a mi cargo, tenía el privilegio de permanecer junto a la máquina; a menudo estaba en cuclillas, con un niñito en cada brazo, a derecha e izquierda. ¡Cómo absorbíamos todos esa expresión de transfiguración que aparecía en el rostro martirizado, cómo nos bañábamos las mejillas en el resplandor de esa justicia, por fin lograda y que tan pronto desaparecería! ¡Qué tiempos, camarada!

El oficial había evidentemente olvidado quién era su interlocutor; lo había abrazado, y apoyaba la cabeza sobre su hombro. El explorador se sentía grandemente desconcertado; inquieto, miraba hacia la lejanía. El soldado había terminado su limpieza, y ahora vertía pulpa de arroz en el recipiente. Apenas la advirtió el condenado, que parecía haberse mejorado completamente, comenzó a lamer la papilla con la lengua. El soldado trataba de alejarlo, porque la papilla era para más tarde, pero de todos modos también era incorrecto que el soldado metiera en el recipiente sus sucias manos, y se dedicara a comer ante el ávido condenado.

El oficial recobró rápidamente el dominio de sí mismo.

-No quise emocionarlo -dijo-, ya sé que actualmente es imposible dar una idea de lo que eran esos tiempos. De todos modos, la máquina todavía funciona, y se basta a sí misma. Se basta a sí misma, aunque se encuentra muy solitaria en este valle. Y al terminar, el cadáver cae como antaño dentro del hoyo, con un movimiento incomprensiblemente suave, aunque ya no se apiñan las muchedumbres como moscas en torno de la sepultura, como en otros tiempos. Antaño teníamos que colocar una sólida baranda en torno de la sepultura, pero hace mucho que la arrancamos.
El explorador quería ocultar su rostro al oficial, y miraba en torno, al azar. El oficial creía que contemplaba la desolación del valle; le cogió por lo tanto las manos, se coloco frente a él, para mirarlo en los ojos, y le preguntó:
-¿Se da cuenta, qué vergüenza?

Pero el explorador calló. El oficial lo dejó un momento entregado a sus pensamientos; con las manos en las caderas, las piernas abiertas, permaneció callado, cabizbajo. Luego sonrió alentadoramente al explorador, y dijo:
-Yo estaba ayer cerca de usted cuando el comandante lo invitó. Oí la invitación. Conozco al comandante. Inmediatamente comprendí el propósito de esta invitación. Aunque su poder es suficientemente grande para tomar medidas contra mí, todavía no se atreve, pero ciertamente tiene la intención de oponerme el veredicto de usted, el veredicto del ilustre extranjero. Lo ha calculado perfectamente: hace dos días que usted está en la isla, no conoció al antiguo comandante, ni su manera de pensar, está habituado a los puntos de vista europeos, tal vez se opone fundamentalmente a la pena capital en general y a estos tipos de castigo mecánico en particular; además comprueba que la ejecución tiene lugar sin ningún apoyo popular, tristemente, mediante una máquina ya un poco arruinada; considerando todo esto (así piensa el comandante), ¿no sería entonces muy probable que desaprobara mis métodos? Y si los desaprobara, no ocultaría su desaprobación (hablo siempre en nombre del comandante), porque confía ampliamente en sus bien probadas conclusiones. Es verdad que usted ha visto las numerosas peculiaridades de numerosos pueblos, y ha aprendido a apreciarlas, y por lo tanto es probable que no se exprese con excesivo rigor contra el procedimiento, como lo haría en su propio país. Pero el comandante no necesita tanto. Una palabra cualquiera, hasta una observación un poco imprudente le bastaría. No hace siquiera falta que esa observación exprese su opinión, basta que aparentemente corrobore la intención del comandante. Que él tratará de sonsacarlo con preguntas astutas, de eso estoy seguro. Y sus señoras estarán sentadas en torno, y alzarán las orejas; tal vez usted diga: "En mi país el procedimiento judicial es distinto" o "En mi país se permite al acusado defenderse antes de la sentencia" o "En mi país hay otros castigos, además de la pena de muerte" o "En mi país sólo existió la tortura en la Edad Media". Todas éstas son observaciones correctas y que a usted le parecen evidentes, observaciones inocentes, que no pretenden juzgar mis procedimientos. Pero ¿como la tomará el comandante? Ya lo veo al buen comandante, veo cómo aparta su silla y sale rápidamente al balcón, veo a sus señoras, que se precipitan tras él como un torrente, oigo su voz (las señoras la llaman una voz de trueno) que dice: "Un famoso investigador europeo, enviado para estudiar el procedimiento judicial en todos los países del mundo, acaba de decir que nuestra antigua justicia es inhumana. Después de oír el juicio de semejante personalidad, ya no me es posible seguir permitiendo este procedimiento. Por la tanto, ordeno que desde el día de hoy..." y así sucesivamente. Usted trata de interrumpirlo para explicar que no dijo lo que él pretende, que no llamó nunca inhumano mi procedimiento, que en cambio su profunda experiencia le demuestra que es el procedimiento más humano y acorde con la dignidad humana, que admira esta maquinaria... pero ya es demasiado tarde; usted no puede asomarse al balcón, que está lleno de damas; trata de llamar la atención; trata de gritar; pero una mano de señora le tapa la boca... y tanto yo como la obra del antiguo comandante estamos irremediablemente perdidos.

El explorador tuvo que contener una sonrisa; tan fácil era entonces la tarea que le había parecido tan difícil. Dijo evasivamente:
-Usted exagera mi influencia; el comandante leyó mis cartas de recomendación, y sabe que no soy ningún entendido en procedimientos judiciales. Si yo expresara una opinión, sería la opinión de un particular, en nada más significativa que la opinión de cualquier otra persona, y en todo caso mucho menos significativa que la opinión del comandante, que según creo posee en esta colonia penitenciaria prerrogativas extensísimas. Si la opinión de él sobre este procedimiento es tan hostil como usted dice, entonces me temo que haya llegado la hora decisiva para el mismo, sin que se requiera mi humilde ayuda.
¿Lo había comprendido ya el oficial? No, todavía no lo comprendía. Meneó enfáticamente la cabeza, volvió brevemente la mirada hacia el condenado y el soldado, que se alejaron por instinto del arroz, se acercó bastante al explorador, lo miró no en los ojos, sino en algún sitio de la chaqueta, y le dijo más despacio que antes:

-Usted no conoce al comandante; usted cree (perdone la expresión) que es una especie de extraño para él y para nosotros; sin embargo, créame, su influjo no podría ser subestimado. Fue una verdadera felicidad para mí saber que usted asistiría solo a la ejecución. Esa orden del comandante debía perjudicarme, pero yo sabré sacar ventaja de ella. Sin distracciones provocadas por falsos murmullos y por miradas desdeñosas (imposibles de evitar si una gran multitud hubiera asistido a la ejecución), usted ha oído mis explicaciones, ha visto la máquina, y está ahora a punto de contemplar la ejecución. Ya se ha formado indudablemente un juicio; si todavía no está seguro de algún pequeño detalle el desarrollo de la ejecución disipará sus últimas dudas. Y ahora elevo ante usted esta súplica: Ayúdeme contra el comandante.
El explorador no le permitió proseguir.
-¡Cómo me pide usted eso -exclamó-, es totalmente imposible! No puedo ayudarlo en lo más mínimo, así como tampoco puedo perjudicarlo.
-Puede -dijo el oficial; con cierto temor, el explorador vio que el oficial contraía los puños-. Puede -repitió el oficial con más insistencia todavía-. Tengo un plan, que no fallará. Usted cree que su influencia no es suficiente. Yo sé que es suficiente. Pero suponiendo que usted tuviera razón, ¿no sería de todos modos necesario tratar de utilizar toda clase de recursos aunque dudemos de su eficacia, con tal de conservar el antiguo procedimiento? Por lo tanto escuche usted mi plan. Ante todo es necesario para su éxito que hoy, cuando se encuentre usted en la colonia, sea lo más reticente posible en sus juicios sobre el procedimiento. A menos que le formulen una pregunta directa, no debe decir una palabra sobre el asunto; si lo hace, que sea con frases breves y ambiguas; debe dar a entender que no le agrada discutir ese tema, que ya está harto de él, que si tuviera que decir algo prorrumpiría francamente en maldiciones. No le pido que mienta; de ningún modo; sólo debe contestar lacónicamente, por ejemplo: "Sí, asistí a la ejecución" o "Sí, escuché todas las explicaciones". Sólo eso, nada más. En cuanto al fastidio que usted pueda dar a entender, tiene motivos suficientes, aunque no sean tan evidentes para el comandante. Naturalmente, éste comprenderá todo mal, y lo interpretará a su manera. En eso se basa justamente mi plan. Mañana se realizará en la oficina del comandante, presidida por éste, una gran asamblea de todos los altos oficiales administrativos. El comandante, por supuesto, ha logrado convertir esas asambleas en un espectáculo público. Hizo construir una galería, que está siempre llena de espectadores. Estoy obligado a tomar parte en las asambleas, pero me enferman de asco. Ahora bien, pase lo que pase, es seguro que a usted lo invitarán; si se atiene hoy a mi plan, la invitación se convertirá en una insistente súplica. Pero si por cualquier motivo imprevisible no fuera invitado, debe usted de todos modos pedir que lo inviten; es indudable que así lo harán. Por lo tanto, mañana estará usted sentado con las señoras en el palco del comandante. Él mira a menudo hacia arriba, para asegurarse de su presencia. Después de varias órdenes del día, triviales y ridículas, calculadas para impresionar al auditorio -en su mayoría son obras portuarias, ¡eternamente obras portuarias!-, se pasa a discutir nuestro procedimiento judicial. Si eso no ocurre, o no ocurre bastante pronto, por desidia del comandante, me encargaré yo de introducir el tema. Me pondré de pie y mencionaré que la ejecución de hoy tuvo lugar. Muy breve, una simple mención. Semejante mención no es en realidad usual, pero no importa. El comandante me da las gracias, como siempre, con una sonrisa amistosa, y ya sin poder contenerse aprovecha la excelente oportunidad. "Acaban de anunciar -más o menos así dirá- que ha tenido lugar la ejecución. Sólo quisiera agregar a este anuncio que dicha ejecución ha sido presenciada por el gran investigador que como ustedes saben honra extraordinariamente nuestra colonia con su visita. También nuestra asamblea de hoy adquiere singular significado gracias a su presencia. ¿No convendría ahora preguntar a este famoso investigador qué juicio le merece nuestra forma tradicional de administrar la pena capital, y el procedimiento judicial que la precede?" Naturalmente, aplauso general, acuerdo unánime, y mío más que de nadie. El comandante se inclina ante usted, y dice: "Por lo tanto, le formulo en nombre de todos dicha pregunta". Y entonces usted se adelanta hacia la baranda del palco. Apoya las manos donde todos pueden verlas, porque si no se las cogerán las señoras y jugarán con sus dedos. Y por fin se escucharán sus palabras. No sé cómo podré soportar la tensión de la espera hasta ese instante. En su discurso no debe haber ninguna reticencia, diga la verdad a pleno pulmón, inclínese sobre el borde del balcón, grite, sí, grite al comandante su opinión, su inconmovible opinión. Pero tal vez no le guste a usted esto, no corresponde a su carácter, o quizá en su país uno se comporta diferentemente en esas ocasiones; bueno, está bien, también así será suficientemente eficaz, no hace falta que se ponga de pie, diga solamente un par de palabras, susúrrelas, que sólo los oficiales que están debajo de usted las oigan, es suficiente, no necesita mencionar siquiera la falta de apoyo popular a la ejecución, ni la rueda que chirría, ni las correas rotas, ni el nauseabundo fieltro, no, yo me encargo de todo eso, y le aseguro que si mi discurso no obliga al comandante a abandonar el salón, lo obligará a arrodillarse y reconocer: "Antiguo comandante, ante ti me inclino". Este es mi plan; ¿quiere ayudarme a realizarlo? Pero, naturalmente, usted quiere; aún más, debe ayudarme.
El oficial cogió al explorador por ambos brazos, y lo miró en los ojos, respirando agitadamente. Había gritado con tal fuerza las últimas frases, que hasta el soldado y el condenado se habían puesto a escuchar; aunque no podían entender nada, habían dejado de comer y dirigían la mirada hacia el explorador, masticando todavía.
Desde el primer momento el explorador no había dudado de cuál debía ser su respuesta. Durante su vida había reunido demasiada experiencia para dudar en este caso; era un persona fundamentalmente honrada y no conocía el temor. Sin embargo, contemplando al soldado y al condenado, vaciló un instante. Por fin dijo lo que debía decir:
-No.
El oficial parpadeó varias veces, pero no desvió la mirada.
-¿Desea usted una explicación? -preguntó el explorador.
El oficial asintió, sin hablar.
-Desapruebo este procedimiento -dijo entonces el explorador-, aun desde antes que usted me hiciera estas confidencias (por supuesto que bajo ninguna circunstancia traicionaré la confianza que ha puesto en mí); ya me había preguntado si sería mi deber intervenir, y si mi intervención tendría después de todo alguna posibilidad de éxito. Pero sabía perfectamente a quién debía dirigirme en primera instancia: naturalmente al comandante. Usted lo ha hecho más indudable aún, aunque confieso que no sólo no ha fortalecido mi decisión, sino que su honrada convicción ha llegado a conmoverme mucho, por más que no logre modificar mi opinión.
El oficial callaba; se volvió hacia la máquina, se tomó de una de las barras de bronce, y contempló, un poco echado hacia atrás, el Diseñador, como para comprobar que todo estaba en orden. El soldado y el condenado parecían haberse hecho amigos; el condenado hacía señales al soldado, aunque sus sólidas ligaduras dificultaban notablemente la operación; el soldado se inclinó hacia él; el condenado le susurró algo, y el soldado asintió.

El explorador se acercó al oficial, y dijo:

-Todavía no sabe usted lo que pienso hacer. Comunicaré al comandante, en efecto, lo que opino del procedimiento, pero no en una asamblea, sino en privado; además, no me quedaré aquí lo suficiente para asistir a ninguna conferencia; mañana por la mañana me voy, o por lo menos me embarco.

No parecía que el oficial lo hubiera escuchado.

-Así que el procedimiento no lo convence -dijo éste para sí, y sonrió, como un anciano que se ríe de la insensatez de un niño, y a pesar de la sonrisa prosigue sus propias meditaciones-. Entonces, llegó el momento -dijo por fin, y miró de pronto al explorador con clara mirada, en la que se veía cierto desafío, cierto vago pedido de cooperación.

-¿Cuál momento? -preguntó inquieto el explorador, sin obtener respuesta.
-Eres libre -dijo el oficial al condenado, en su idioma; el hombre no quería creerlo-. Vamos, eres libre -repitió el oficial.
Por primera vez, el rostro del condenado parecía realmente animarse. ¿Sería verdad? ¿No sería un simple capricho del oficial, que no duraría ni un instante? ¿Tal vez el explorador extranjero había suplicado que lo perdonaran? ¿Qué ocurría? Su cara parecía formular estas preguntas. Pero por poco tiempo. Fuera lo que fuese, deseaba ante todo sentirse realmente libre, y comenzó a retorcerse en la medida que la Rastra se lo permitía.
-Me romperás las correas -gritó el oficial-, quédate quieto. Ya te desataremos.
Y después de hacer una señal al soldado, pusieron manos a la obra. El condenado sonreía sin hablar, para sí mismo, volviendo la cabeza ora hacia la izquierda, hacia el oficial, ora hacia el soldado, a la derecha; y tampoco olvidó al explorador.
-Sácalo de allí -ordenó el oficial al soldado.
A causa de la Rastra. esta operación exigía cierto cuidado. Ya el condenado, por culpa de su impaciencia, se habla provocado una pequeña herida desgarrante en la espalda.
Desde este momento, el oficial no le prestó la menor atención. Se acercó al explorador, volvió a sacar el pequeño portafolio de cuero, buscó en él un papel, encontró por fin la hoja que buscaba, y la mostró al explorador.
-Lea esto -dijo.
-No puedo -dijo el explorador -, ya le dije que no puedo leer esos planos.
-Mírelo con más atención, entonces -insistió el oficial, y se acercó más al explorador, para que leyeran juntos.
Como tampoco esto resultó de ninguna utilidad, el oficial trató de ayudarlo, siguiendo la inscripción con el dedo meñique, a gran altura, como si en ningún caso debiera tocar el plano. El explorador hizo un esfuerzo para mostrarse amable con el oficial, por lo menos en algo, pero sin éxito. Entonces el oficial comenzó a deletrear la inscripción, y luego la leyó entera.
-"Sé justo", dice -explicó-; ahora puede leerla.
El explorador se agachó sobre el papel, que el oficial, temiendo que lo tocara, alejó un poco; el explorador no dijo absolutamente nada, pero era evidente que todavía no había conseguido leer una letra.
-"Se justo", dice -repitió el oficial.
-Puede ser -dijo el explorador-, estoy dispuesto a creer que así es.
-Muy bien -dijo el oficial, por lo menos en parte satisfecho-, y trepó la escalera con el papel en la mano; con gran cuidado lo colocó dentro del Diseñador, y pareció cambiar toda la disposición de los engranajes; era una labor muy difícil, seguramente había que manejar rueditas muy diminutas; a menudo la cabeza del oficial desaparecía completamente dentro del Diseñador, tanta exactitud requería el montaje de los engranajes.

Desde abajo, el explorador contemplaba incesantemente su labor, con el cuello endurecido, y los ojos doloridos por el reflejo del sol sobre el cielo. El soldado y el condenado estaban ahora muy ocupados. Con la punta de la bayoneta, el soldado pescó del fondo del hoyo la camisa y los pantalones del condenado. La camisa estaba espantosamente sucia, y el condenado la lavó en el balde de agua. Cuando se puso la camisa y los pantalones, tanto el soldado como el condenado se rieron estrepitosamente, porque las ropas estaban rasgadas por detrás. Tal vez el condenado se creía en la obligación de entretener al soldado, y con sus ropas desgarradas giraba delante de él; el soldado se había puesto en cuclillas y a causa de la risa se golpeaba las rodillas. Pero trataban de contenerse, por respeto hacia los presentes.
Cuando el oficial terminó arriba con su trabajo, revisó nuevamente todos los detalles de la maquinaria, sonriendo, pero esta vez cerró la tapa del Diseñador, que hasta ahora había estado abierta; descendió, miró el hoyo, luego al condenado, advirtió satisfecho que éste había recuperado sus ropas, luego se dirigió al balde, para lavarse las manos. Descubrió demasiado tarde que estaba repugnantemente sucio, se entristeció porque ya no podía lavarse las manos, finalmente las hundió en la arena -este sustituto no le agradaba mucho, pero tuvo que conformarse-, luego se puso de pie y comenzó a desabotonarse el uniforme. Le cayeron entonces en la mano dos pañuelos de mujer que tenía metidos debajo del cuello.
-Aquí tienes tus pañuelos -dijo, y se los arrojó al condenado.
Y explicó al explorador:
-Regalo de las señoras.
A pesar de la evidente prisa con que se quitaba la chaqueta del uniforme, para luego desvestirse totalmente, trataba cada prenda de vestir con sumo cuidado; acarició ligeramente con los dedos los adornos plateados de su chaqueta, y colocó una borla en su lugar. Este cuidado parecía, sin embargo, innecesario, porque apenas terminaba de acomodar una prenda, inmediatamente, con una especie de estremecimiento de desagrado, la arrojaba dentro del hoyo. Lo último que le quedó fue su espadín y el cinturón que lo sostenía. Sacó el espadín de la vaina, lo rompió, luego reunió todos los trozos de espada, la vaina y el cinturón, y los arrojó con tanta violencia que los fragmentos resonaron al caer en el fondo.
Ya estaba desnudo. El explorador se mordió los labios y no dijo nada. Sabía muy bien lo que iba a ocurrir, pero no tenía ningún derecho de inmiscuirse. Si el procedimiento judicial, que tanto significaba para el oficial, estaba realmente tan próximo a su desaparición -posiblemente como consecuencia de la intervención del explorador, lo que para éste era una ineludible obligación-, entonces el oficial hacía lo que debía hacer; en su lugar el explorador no habría procedido de otro modo.
Al principio, el soldado y el condenado no comprendían; para empezar, ni siquiera miraban. El condenado estaba muy contento de haber recuperada los pañuelos, pero esta alegría no le duró mucho porque el soldado se los arrancó, con un ademán rápido e inesperado. Ahora el condenado trataba de arrancarle a su vez los pañuelos al soldado; éste se los había metido debajo del cinturón, y se mantenía alerta. Así luchaban, medio en broma. Sólo cuando el oficial apareció completamente desnudo, prestaron atención. Sobre todo el condenado pareció impresionado por la idea de este asombroso trueque de la suerte. Lo que le había sucedido a él, ahora le sucedía al oficial. Tal vez hasta el final. Aparentemente, el explorador extranjero había dado la orden. Por lo tanto, esto era la venganza. Sin haber sufrido hasta el fin, ahora sería vengado hasta el fin. Una amplia y silenciosa sonrisa apareció entonces en su rostro, y no desapareció más. Mientras tanto, el oficial se dirigió hacia la máquina. Aunque ya había demostrado con largueza que la comprendía, era sin embargo casi alucinante ver cómo la manejaba, y cómo ella le respondía. Apenas acercaba una mano a la Rastra, ésta se levantaba y bajaba varias veces, hasta adoptar la posición correcta para recibirlo; tocó apenas el borde de la Cama, y ésta comenzó inmediatamente a vibrar; la mordaza de fieltro se aproximó a su boca; se veía que el oficial hubiera preferido no ponérsela, pero su vacilación sólo duró un instante, luego se sometió y aceptó la mordaza en la boca. Todo estaba preparado, sólo las correas pendían a los costados, pero eran evidentemente innecesarias, no hacía falta sujetar al oficial. Pero el condenado advirtió las correas sueltas; como según su opinión la ejecución era incompleta si no se sujetaban las correas, hizo un gesto ansioso al soldado, y ambos se acercaron para atar al oficial. Éste había extendido ya un pie, para empujar la manivela que hacía funcionar el Diseñador; pero vio que los dos se acercaban, y retiró al pie, dejándose atar con las correas. Pero ahora ya no podía alcanzar la manivela; ni el soldado ni el condenado sabrían encontrarla, y el explorador estaba decidido a no moverse. No hacía falta; apenas se cerraron las correas, la máquina comenzó a funcionar; la Cama vibraba, las agujas bailaban sobre la piel, la Rastra subía y bajaba. El explorador miró fijamente, durante un rato; de pronto recordó que una rueda del Diseñador hubiera debido chirriar; pero no se oía ningún ruido, ni siquiera el más leve zumbido.
Trabajando tan silenciosamente, la máquina pasaba casi inadvertida. El explorador miró hacia el soldado y el condenado. El condenado mostraba más animación, todo en la máquina le interesaba, de pronto se agachaba, de pronto se estiraba, y todo el tiempo mostraba algo al soldado con el índice extendido. Para el explorador, esto era penoso. Estaba decidido a permanecer allí hasta el final, pero la vista de esos dos hombres le resultaba insoportable.
-Vuelvan a casa -dijo.
El soldado estaba dispuesto a obedecerlo, pero el condenado consideró la orden como un castigo. Con las manos juntas imploró lastimeramente que le permitieran quedarse, y como el explorador meneaba la cabeza, y no quería ceder, terminó por arrodillarse. El explorador comprendió que las órdenes eran inútiles, y decidió acercarse y sacarlos a empujones. Pero oyó un ruido arriba, en el Diseñador. Alzó la mirada. ¿Finalmente habría decidido andar mal la famosa rueda? Pero era otra cosa. Lentamente, la tapa del Diseñador se levantó, y de pronto se abrió del todo. Los dientes de una rueda emergieron y subieron; pronto apareció toda la rueda, como si alguna enorme fuerza en el interior del Diseñador comprimiera las ruedas, de modo que ya no hubiera lugar para ésta; la rueda se desplazó hasta el borde del Diseñador, cayó, rodó un momento sobre el canto por la arena, y luego quedó inmóvil. Pero pronto subió otra, y otras la siguieron, grandes, pequeñas, imperceptiblemente diminutas; con todas ocurría lo mismo, siempre parecía que el Diseñador ya debía de estar totalmente vacío, pero aparecía un nuevo grupo, extraordinariamente numeroso, subía, caía, rodaba por la arena y se detenía. Ante este fenómeno, el condenado olvidó por completo la orden del explorador, las ruedas dentadas lo fascinaban, siempre quería coger alguna, y al mismo tiempo pedía al soldado que lo ayudara, pero siempre retiraba la mano con temor, porque en ese momento caía otra rueda que por lo menos en el primer instante lo atemorizaba.
El explorador, en cambio, se sentía muy inquieto; la máquina estaba evidentemente haciéndose trizas; su andar silencioso ya era una mera ilusión. El extranjero tenía la sensación de que ahora debía ocuparse del oficial, ya que el oficial no podía ocuparse más de sí mismo. Pero mientras la caída de los engranajes absorbía toda su atención, se olvidó del resto de la máquina; cuando cayó la última rueda del Diseñador, el explorador se volvió hacia la Rastra, y recibió una nueva y más desagradable sorpresa. La Rastra no escribía, sólo pinchaba, y la Cama no hacia girar el cuerpo, sino que lo levanta temblando hacia las agujas. El explorador quiso hacer algo que pudiera detener el conjunto de la máquina, porque esto no era la tortura que el oficial había buscado sino una franca matanza. Extendió las manos. En ese momento la Rastra se elevó hacia un costado con el cuerpo atravesado en ella, como solía hacer después de la duodécima hora. La sangre corría por un centenar de heridas, no ya mezclada con agua, porque también los canalículos del agua se habían descompuesto. Y ahora falló también la última función; el cuerpo no se desprendió de las largas agujas; manando sangre, pendía sobre el hoyo de la sepultara, sin caer. La Rastra quiso volver entonces a su anterior posición, pero como si ella misma advirtiera que no se había librado todavía de su carga, permaneció suspendida sobre el hoyo.

-Ayúdenme -gritó el explorador al soldado y al condenado, y cogió los pies del oficial.
Quería empujar los pies, mientras los otros dos sostenían del otro lado la cabeza del oficial, para desengancharlo lentamente de las agujas. Pero ninguno de los dos se decidía a acercarse; el condenado terminó por alejarse; el explorador tuvo que ir a buscarlos y empujarlos a la fuerza hasta la cabeza del oficial. En ese momento, casi contra su voluntad, vio el rostro del cadáver. Era como había sido en vida; no se descubría en él ninguna señal de la prometida redención; lo que todos los demás habían hallado en la máquina, el oficial no lo había hallado; tenía los labios apretados, los ojos abiertos, con la misma expresión de siempre, la mirada tranquila y convencida; y atravesada en medio de la frente la punta de la gran aguja de hierro.
Cuando el explorador llegó a las primeras casas de la colonia, seguido por el condenado y el soldado, éste le mostró uno de los edificios y le dijo:
-Esa es la confitería.
En la planta baja de una casa había un espacio profundo, de techo bajo, cavernoso, de paredes y cielo raso ennegrecidos por el humo. Todo el frente que daba a la calle estaba abierto. Aunque esta confitería no se distinguía mucho de las demás casas de la colonia, todas en notable mal estado de conservación (aun el palacio donde se alojaba el comandante), no dejó de causar en el explorador una sensación como de evocación histérica, al permitirle vislumbrar la grandeza de los tiempos idos. Se acercó y entró, seguido por sus acompañantes, entre las mesitas vacías, dispuestas en la calle frente al edificio, y respiró el aire fresco y cargado que provenía del interior.
-El viejo está enterrado aquí -dijo el soldado-, porque el cura le negó un lugar en el camposanto. Dudaron un tiempo dónde lo enterrarían, finalmente lo enterraron aquí. El oficial no le contó a usted nada, seguramente, porque ésta era, por supuesto, su mayor vergüenza. Hasta trató varias veces de desenterrar al viejo, de noche, pero siempre lo echaban.
-¿Dónde está la tumba? -preguntó el explorador, que no podía creer lo que oía.
Inmediatamente, el soldado y el condenado le mostraron con la mano dónde debía de encontrarse la tumba. Condujeron al explorador hasta la pared; en torno de algunas mesitas estaban sentados varios clientes. Aparentemente eran obreros del puerto, hombres fornidos, de barba corta, negra y luciente. Todos estaban sin chaqueta, tenían las camisas rotas, era gente pobre y humilde. Cuando el explorador se acercó, algunos se levantaron, se ubicaron junto a la pared, y lo miraron.
-Es un extranjero -murmuraban en torno de él-, quiere ver la tumba.
Corrieron hacia un lado una de las mesitas, debajo de la cual se encontraba realmente la lápida de una sepultura. Era una lápida simple, bastante baja, de modo que una mesa podía cubrirla. Mostraba una inscripción de letras diminutas; para leerlas, el explorador tuvo que arrodillarse. Decía así: "Aquí yace el antiguo comandante. Sus partidarios, que ya deben de ser incontables, cavaron esta tumba y colocaron esta lápida. Una profecía dice que después de determinado número de años el comandante resurgirá, desde esta casa conducirá a sus partidarios para reconquistar la colonia. ¡Crean y esperen!" Cuando el explorador terminó de leer y se levantó, vio que los hombres se reían, como si hubieran leído con él la inscripción, y ésta les hubiera parecido risible, y esperaban que él compartiera esa opinión. El explorador simuló no advertirlo, les repartió algunas monedas, esperó hasta que volvieran a correr la mesita sobre la tumba, salió de la confitería y se encaminó hacia el puerto.
El soldado y el condenado habían encontrado algunos conocidos en la confitería, y se quedaron conversando. Pero pronto se desligaron de ellos, porque cuando el explorador se encontraba por la mitad de la larga escalera que descendía hacia la orilla, lo alcanzaron corriendo. Probablemente querían pedirle a último momento que los llevara consigo. Mientras el explorador discutía abajo con un barquero el precio del transporte hasta el vapor, se precipitaron ambos por la escalera, en silencio, porque no se atrevían a gritar. Pero cuando llegaron abajo, el explorador ya estaba en el bote, y el barquero acababa de desatarlo de la costa. Todavía podían saltar dentro del bote, pero el explorador alzó del fondo del barco un cable pesado, los amenazó con él y evitó que saltaran.