Sin Título


Y ahora que te veo, con la desdicha infinita, solo logro evadir, momentáneamente, la nostalgia. Sumiéndome, con premura, en la ilusión infinita de ver tu perfecta desnudez desfilar por los rincones de ésta casa vacía y solitaria. Me susurras tiernamente el recuerdo de oír tus pies descalzos rozar con la rústica madera. Y lo logro por un instante, olvidarme de tus manías y tus artimañas, llorando otra vez tus besos, ahogando claramente los suspiros, sintiéndote cerrar la puerta y devolverte a la naturaleza que te aclama pero que no desespera al verte ahí parado, desnudo, con la mascara de la actuación divina, con esa belleza tuya que se escapa por los poros de tu piel. 

Te veo irte por la puerta de atrás, sin despedirte, sin largarte, finalmente quedándote tirado sin cansancio entre el pasto naranja que crece salvajemente alrededor de tus risas sin sentido. Ignoras, con sentido, mi presencia, en esta casa dispuesta para que nuestras almas se encuentre en cada sillón, en cada espejo, en cada esquina. Te veo con la finita alegría dibujada en el rostro y envidio cada uno de tus ninfáticos movimientos. 

La lluvia no tarda en aparecer... Y llueve mientras tu cuerpo empieza a mojarse con tranquilidad y tu sexo siente las gotas y no puede evitar erguirse, provocando a mis sentidos, que te observan tras el cristal, una sed de sentirte nuevamente mio, como nunca lo has sido, de sentirte dentro, como nunca has estado. Te miras sin pena el miembro en equilibrio, te tocas sin reincor y con falta de remordimiento sustancial, ni espiritual. Empaño el vidrio tras un grito que ha salido de desgarrar mis propias entrañas, lo escuchas, nuestros ojos se miran y perciben nuestra desnudez, miramos nuestras almas expuestas, nuestros miembros erectos, nuestra virilidad al brote y me ignoras nuevamente. Te tocas con mayor fuerza, con menor delicadeza, pasas por tus duros pezones, acaricias la areola, te muerdes los labios, sé que sientes placer, me pierdo en los ojos que ahora tornas blancos... La lluvia te tiene empapado y no deseas secarte, una mano se pierde en tu entrepierna y no puedo evitar empañar de nuevo el vidrio. 

Sonríes al cielo como agradeciendo a alguien la existencia de la lluvia. Yo sonrió a tu figura pues es la única que ha ocasionado este placer tan sencillo, momentáneo y cálido. Deslizas tus manos por todo tu pecho, me miras de nuevo para ver si sigo ahí mirándote y al descubrirme vuelves a sonreír. 

Abro la puerta y te invito a entrar, me ignoras, me invitas tu a acostarme a tu lado, con el sonido grave de tu voz no hay ser de la naturaleza que logre resistirse, corro con mi amorfa desnudez al encuentro de tu piel húmeda, me recuesto en tu pecho, te abrazo sutilmente, descanso al sentir el tacto suave de tu piel, me acerco a tu pezón, reconozco la aureola, disfruto de la vista de tu sexo erecto que parece apuntarme sin miedo y quiero volver a sentirte y no me aguanto, salto a que nuestros pechos se toquen, a que nuestros labios se encuentren en este sin sentido, en este vació lleno de placer, colocó mis glúteos abrazando a tu miembro, beso tus labios suavemente y descubro en ellos el sabor natural de las gotas de agua, y me deslizo por tu cuerpo hasta sentirte dentro, hasta sentirte mio. Gritas y blanqueas los ojos, y nuestro grito es uno solo, y somos uno solo...

Luego todo parece detenerse, las gotas dejan de caer, el cielo se vuelve claro y nuestras pieles siguen sedientas del otro y no nos detenemos, nos amamos. 

Dejas en mi el más bello de los recuerdos, el más viscoso de todos esos, el que nunca se irá, el que quedará, el que nos unirá en este ritual mágico, hermoso. Luego solo te alejas, te pierdes en la infinidad de la casa y me dejas viendo como vuelve a llover sobre mi cuerpo exhausto, sobre mi humanidad desvirgada, sobre mi todo tan nada y mi nada tan tuya. 

Espero a que vuelvas, a que me llames dentro, pero has desaparecido con tu perfecta desnudez, con tu inigualable caminar, con tu alegría, con nuestra desdicha y quiero morir, pero más que eso, encontrarme de nuevo con tu alma encerrada en nuestras cuatro paredes. No quiero pierdete lejos de esta casa. Pero te veo irte lejos de mi alma, lejos de la acogida de nuestros cuerpos y de tu anatomía, lejos de todo rasgo de erotismo, caemos en una depresión sexual, en un sentido de vacío, en este sin sabor que sabe tan bien tras tu partida, en esta necesidad de carne que ya no existe más, que nos ama menos. 


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