CEGUERA


Fuiste, pacíficamente, luz. Llenaste de clama e incitaste a la alegría. Te miré, tiernamente, dispuesto a sentirte entrar por mis pupilas, honroso de tu hermosura. Pronto, sin que me percatará del daño, me cegaste. Ya no podría volver a verte sin sentir temor, sintiendo día a día el pesado cuerpo de la oscuridad sobre mi inseguridad creciente, y es que no para de crecer la oscuridad en mi alma para atormentarla sutilmente en mareas indescriptibles de soledad innombrable. 

Fuiste luz que cego mis ojos a la felicidad. Luz divina y bendita que quisiera volver a ver sin sufrimiento, sin sumirme en este tormento escalofriante de sentimientos llenos de vanidad y ruptura. Eres luz que inunda cada espacio de mi alma, que poco a poco ha decidido convertirse en el todo, en la nada de esta ilusión. Fuiste quien vi antes de ser este ciego estúpido, que ahora solo te busca en cada recuerdo, en cada beso, en cada abrazo, que te mira con desespero en la oscuridad, que te menciona y describe entre las sombras angustiadas. 

Luz, no busques apagarte otra vez mientras duermo, sigue prendido para que al menos no me sienta solo, para que alivies el clamor de mis inútiles ojos, búscame quitándome el frió, llenándome otra vez de calma y devuélveme la vista para seguir siendo quien admire tu belleza, para encontrarnos juntos después de tantas peripecias, acrobacias, maniobras... Porque bendita es la aventura nuestra y maldito tu hechizo que me ha dejado ciego. 

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