ATARDECER OTOÑAL


Los pájaros negros volaban en lo profundo del cielo azul, el sol en el poniente anunciaba su descenso, teñía las pocas nubes de colores pasteles, sin mutar el azul del cielo.

El árbol centenario se balanceaba con suavidad ante el viento imponente que subía la montaña en la que esté estaba posado, las hojas se desprendían y se iban con las corrientes de aire tibio. El verde de las hojas había desaparecido y tal vez por eso volaban lejos las manchas naranjas. Las raíces del árbol eran gruesas y en cierto modo acogedoras, llevaba sentado ahí mucho tiempo, el joven no mostraba signos de vida pero tampoco parecía muerto, la mirada ausente solo podía significar algo, pensaba, pensaba quizás en algo que solo el entendía.

Ojos extrañamente cafés se posaron en el muchacho y lo observaron por largo rato, los ojos del joven se encontraron con los de la muchacha. No le sorprendió su piel blanca casi transparente, ni esos extraños ojos cafés, ni ese vestido que parecía haber sido tejido a mano, ni el lazo rojo que llevaba en el cabello. La mente no dejo de trabajar, intentaba recordar donde había visto cara más hermosa, pero no lograba descifrarlo.
- ¿Te conozco?- dijo después de rendirse al saber que jamás encontraría la respuesta.
- No lo se, ¿me conoces?
- Tal vez no
- Vaya que triste destino- dijo la muchacha acomodándose el pelo en un solo hombro y bajando la mirada.
- Me llamo Tom- dijo extendiendo la mano.
- En mi casa me llaman Charlotte, pero ya debo irme no debo hablar con extraños.
- ¿Ha qué has venido si no puedes hablarme?
- No lo se, nadie conoce como el destino juega sus fichas, me pareciste curioso, quise venir a ver quien eras, pero bueno ya debo irme- la chica alzo la mirada, lo determinó por unos minutos y corrió montaña abajo, desapareciendo entre los frondosos árboles que se juntaban alrededor de la montaña, el muchacho se paro y la siguió hasta la falda de la montaña cuando vio que era imposible alcanzarla le gritó:
- ¿Volveré a verte?
- Tal vez…

La noche llegó casi de repente, los pájaros se posaron en las ramas para dormir, el cielo se hizo estrellado y en la oscuridad miles de insectos luminosos y ruidosos hacían de la noche una orquesta. La luna iluminó con su luz plateada cada rincón del frondoso bosque, el viento dejó súbitamente de soplar y las manchas naranjas de caer.

El joven no cerró los ojos aquella noche, el olor del roble aun lo tenía en la nariz y no podía olvidar la cara de esa niña de labios rojos y ojos cafés. Pensó en ella, en la chica que conoció en aquella tarde, pensó en ella y se ilusionó en la oscuridad que le confería su habitación.
Se sintió como nunca antes, los pensamientos le rondaban por la cabeza. Empezó a sentir que algo se movía rápido en su estomago, un millón de aleteos simultáneos, aleteos internos que no parecían molestarle, aleteos que le comían el alma, que le enceguecían, que lo torturaban de una forma placentera. Quizá ese era el amor del que habían hablado en el colegio con sus amigos, se sentó en su cama, abrió la ventana y miro.

El cielo estrellado le produjo la tranquilidad para pensar una vez más en lo que le pasaba, ¿qué era eso en su estomago? ¿Estaba enamorado? ¿Podía alguien enamorarse de alguien que no conocía?

La luna ocupaba la mitad del cielo, la muchacha ocupaba su mente.

¿Volvería a verla?...
¿Qué haría si no la volviese a ver?

. . .

Los pájaros negros volaban en lo profundo del cielo azul, el sol en el poniente anunciaba su descenso, teñía las pocas nubes de colores pasteles, sin mutar el azul del cielo…

Los atardeceres en los inicios del otoño son tan parecidos, los pájaros actúan igual, los colores no cambian, los árboles no dejan de soltar manchas naranjas al viento.

Estaba sentado ahí en medio de las raíces esperando ver de nuevo la sonrisa brillante, los ojos ocre o los labios brillantes, esperaba encontrarse de repente con la muchacha.

El sol casi desapareció cuando los ruidos de la noche en secreto susurraron una voz.

-¿Eres tú Tom?
-¿Charlotte?
- Tom – dijo con voz emocionada- ven aquí, en el bosque-Tom bajo la mirada hasta toparse con esos ojos en medio de la vegetación, reconoció la voz y la sonrisa pícara de la muchacha que vestía lo mismo del día anterior.

Bajó corriendo la montaña y se sintió aliviado de que las mariposas empezaran de nuevo a moverse en su estomago, la noche se sumergía en un profundo silencio cuando la chica lo agarró de la mano, su mano estaba fría, como un hielo o tal vez más, y lo llevó a través del bosque, en un claro del bosque la muchacha se detuvo.

- No te conozco lo suficiente Tom, pero creo que te amo, no puedo dejar de sentir estas cosas en el estomago que me hacen cosquillas, quiero besarte Tom, quiero llevarte a ese mundo en el que podamos ser el uno para el otro…
- ¿Un mundo…?
- Algo que entenderás si tu me quieres a mi también…
- Yo no se que es lo que siento, cuando te pienso siento aleteos en mi …-la chica lo agarró de la cara y lo besó interrumpiendo sus palabras.

Por un segundo las cosas ya no importaron en su cabeza, de repente los pensamientos no tenían sentido, el beso había calmado los aleteos, era algo que había soñado despierto, la textura de los labios finos de la muchacha, se sentía lleno de vitalidad, su corazón latió mas rápido y los rayos lunares entraron en el claro para volver todo de un color plateado.

Latía mucho más rápido, intentaba terminar el beso pero algo lo detenía, ya no se sentía en su cuerpo, intentó separarse, gritar, hablar, pero nada servía.

-¿Te ha gustado?-dijo la chica abriendo los ojos de nuevo.
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-¿Tom?- la cara de terror de Charlotte, lo aterró también, el plateado del paisaje ya no parecía tan mágico, parecía frío, aterrador.
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-¡Tom despierta!- los ojos de la chica se llenaron de gotas de agua salada que empezaron a caer precipitadamente por sus mejillas y a caer al suelo, la joven soltó el cuerpo de Tom y este cayó al suelo como una roca inmóvil, la chica se arrodilló junto al cuerpo y lloró sobre su pecho, untándolo de gotas de agua salada.

Tom apenas pudo entender lo que sucedía… Estaba muerto...

- Iré al árbol todos los días Tom, pero no te vayas.

. . .

Era demasiado tarde, el cielo empezaba a cerrarse, acomodo su falda y se sentó en la mitad de dos grandes raíces y esperó, tal vez ella no tenía nada más que hacer, se sentó y miró de nuevo el atardecer.

Los ojos grises de un chico la miraron por un rato, sus rostros se encontraron por varios minutos los ojos del joven se encontraron con los de la muchacha. No le sorprendió su piel blanca casi transparente, ni esos extraños ojos grises. La mente no dejo de trabajar, intentaba recordar donde había visto cara más hermosa, pero no lograba descifrarlo.

- ¿Te conozco?- dijo después de rendirse al saber que jamás encontraría la respuesta a de donde la conocía.
- No lo se, ¿me conoces…?
- Tal vez no…-la chica sonrío, mirándolo a los ojos.












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