Por qué la cara, Cuál cara, Esa
que tiene, toda larga, como de preocupación, De qué habla, normal, A mí no me
mienta, no ve que yo le conozco cada curva de sus sonrisa y me es posible
identificar cuando las finge, Por eso me extraña que me busque quiebres donde
no los tengo, no finjo esta sonrisa, así es.
Me gusta esconderme detrás de la
mesa, sumergirme en mi amargo trago mientras lo veo en la pista de baile, tiene
ese don para bailar, siempre le gusto bailar, mueve las piernas tan rápido como
nadie que jamás haya visto, ni los mejores bailadores de salsa podrían
competirle a sus audaces piernas que revelan sus antepasados negros que lo
niegan en su fisionomía, así como él los niega en su dialecto cotidiano. Tiene
ese miedo a ser negro, miedo tonto. Él es blanco, con esos ojos azules llenos
de verde y relámpagos amarillos, esa altura, esa blancura casi traslucida, la
barba inminentemente española y bien cuidada, y, esos labios rojos y finos, lo único que lo
hace negro es ese bailado que tiene que no deja de volverme loco. Quizás es más
negro cuando baila porque saca el culo buscando que la gente le mire la carne
apretada contra el jean o el pantalón de colores. Tiene, también, ese miedo a
que le digan homosexual, miedo tonto. Él es un hombre total, solo una vez le
preguntaron que si era gay y fue porque ya se lo había contado a cientos de
amigos, no frecuenta bares, prefiere las discotecas donde van las tías buenas y
las que saben moverse, porque no le gusta quedarse sentado. Por eso siempre me
gusta esconderme detrás de la mesa, sumergirme en mi amargo trago mientras,
como si fuera la primera vez, me enamoró de él.
Le gusta llevar esa ropa
ajustada, siempre la misma, pues no tiene más, pero nadie se da cuenta de eso,
todos se distraen en cómo le sobresalen los músculos y como casi pueden
imaginarlo desnudo que el color o la textura de la ropa no importa mucho.
Tampoco importa cuando suda en la pista, porque se pierde ese sudor entre el
apasionamiento del cuerpo de la mujer que tiene de turno. Siempre es una
distinta, no repite rasgos. Después de bailar 3 canciones con la misma mujer,
se aburre, promete llevarlas a nuestra casa, hacerlas suyas…Es gracioso ver
como a todas se les iluminan los ojos, más de una vez he presenciado la mirada
de una arpía que piensa por segundos que sería bueno quedar “Mágicamente”
embarazada. Y llega ese momento donde, él, se aburre, entonces les suelta el
discurso de que son las mejores bailarinas del mundo pero que él prefiere a los
hombres en la cama. Nunca ha podido ser sutil con ese tema, siempre va a
directo al grano, no lo piensa y sencillamente lo usa de excusa para acabar de
bailar con esa mujer.
Todas lo recordarán por ser el
chico de la discoteca 30, el de la barba, el de los enormes pectorales y los
inolvidables abdominales, con sus brazos que sostienen el peso de cualquiera en
el aire y sus veloces piernas. Yo lo recordaré… Quizás no haya suficientes
motivos para recordarlo, salvo la idea estúpida de que me pertenece. Siempre
hacemos lo mismo, después de clases los viernes terminamos en la discoteca, yo
en una mesa viéndolo y el bailando. A mí nunca me sacan a bailar, pero es por
el protocolo de esas discotecas de heterosexuales. En los bares cambiamos de
puesto, él se sienta y me ve bailar con cuanto hombre aparece.
Al principio éramos yo y él, y no
puedo decir que todo haya sido perfecto hasta ese entonces, pero era algo que
se parecía mucho a la perfección. No sé en qué noche empezó a cambiar todo, o
si fue durante el día o en el paso de un trozo de almuerzo por nuestras
gargantas sedientas. Un día llego a la discoteca un grupo musical, salseros, él
bailó, al final del baile, después d ehaber despachado a la mujer de turno, el
saxofonista, el vocalista y el percusionista, se le acercaron en momentos
distintos a entregarles pequeños trozos de papel con los números de ellos y su
respectivo nombre en caligrafía tan perfecta y legible que hasta a él le
sorprendió que 3 musicos distintos tuvieran letras legible. No discutimos nada
esa noche, nunca hablamos después de las fiestas, ni mucho menos después del
sexo, nos parece una costumbre tonta, románticona, como de película y lo que
menos queríamos, tanto él como yo, era que nuestro amor cayerá en la ridiculez
y el sinsentido de los amores de película. Pero después, entre algunas copas, o
, entre el cereal atragantado al ritmo del ejercicio (en el gimnasio que
quedaba a media cuadra de la casa), se le escapo el comentario, me dijo que
planeaba llamar a alguno de los músicos. No respondí, no suelo hacerlo, siento
que ambos tenemos la libertad de hacer con nuestras vidas lo que se nos de la
gana. Primero fue el vocalista, tiempo
después me enteré que la fortaleza de sus cuerdas bucales no le había permitido
hacerle un oral – a él le encanta eso- pues estaba preocupado con que le
naciera un cáncer de garganta o algo parecido. Así que lo desecho casi de
inmediato. Luego llamo al saxofonista, quien le dio una buena mamada, pero que
al final descubrió que no sabia hacer nada más que solo mamarla, el saxofonista
tenía miedo a explorar otros orificios de su cuerpo. Él, que siempre se ha
considerado dominante, lo desecho, pues quería dominarlo completamente. Por
último llamo al percusionista, quien no necesito de muchos preamblos para
tenerlo con pocos toques desnudo en la cama, al contrario del saxofonista, el
percusionista se dejo poseer por su mágia carnal, con el tiempo él le enseñaría
como hacer un buen oral. Nunca han terminado, de vez en cuando se ven y tienen
sexo en moteles en las montañas de la ciudad, donde el percusionista tiene
cerca su apartamento con esposa e hijos.
Mientras el jugueteaba en su
banda de músicos y generaba, posteriormente, la separación definitiva de la
banda, yo me veía con mis viejos amigos de infancia, siempre decían lo mismo
“Te ves mucho mejor”, como si pudieran engañar a alguien, hasta yo se que me
veo peor, el médico me dijo que me queda muy poco tiempo de vida, yo no he
sentido el primer síntoma, salvo las canas y las mil y un arrugas que ya
empiezan a brotar como acné en la adolescencia. Sé que estoy más flaco, que cada
día es un paso certero a la muerte. No, no tengo SIDA. Que manía la de la
sociedad de creer que porque soy gay tengo SIDA, pues no. Es más dejaré el tema
de la enfermedad en incógnita.
Sé que no vendrá a visitarme,
tendrá trabajos y exporadicamente visitará al percusionista, moverá su trasero
a algúna discoteca y seré lo último que se le pasará por la cabeza.